"No pude más, cuando el presidente dijo que la cuarentena se extendería otras dos semanas, subí todo el volumen del televisor, me levanté del sillón donde estaba, fui a mi cuarto, cerré la puerta tras de mí y con toda la fuerza que tenía empecé a estrellar mi cabeza contra la pared. Fueron tres cabezasos, tres golpes secos que bien podrían haber abierto mi cráneo o el muro -lo que sucediera primero-, pero de los cuales nunca nadie se enteraría porque el volumen del televisor me cubría. Era la única forma de aliviar la rabia y angustia que habían en mí. Yo soy padre de familia, tengo esposa e hijos a los que felizmente no les falta buena salud ni comida. Vivo en un lugar tranquilo con vista al parque y siempre tengo una buena taza de café por las mañanas. Poseo todo lo que una persona común podría desear, pero soy humano. No he cumplido ni si quiera los cincuenta años, tengo brazos y piernas, la vista no me falla y quizá mis reflejos son ahora mejores de lo que podrían ser en cualquier otra etapa de mi vida. Podría estar haciendo muchas cosas, como tripular un barco o matar toros en un camal, pero no, estoy aquí, en mi sillón sentado y viendo el mundo pasar. Ya leí, ya vi las películas que tenía que ver y oído las canciones que tenía que oir, ya conversé con mi familia y solucioné los problemas que teníamos pendientes, ya reflexioné sobre la vida y hasta aprendí a hacer cosas nuevas, pero ni aún así estoy conforme, no se va, la necesidad de hacer algo con mi vida sigue ahí, el deseo de sentirme útil de la única forma que sé hacerlo -trabajando- sigue ahí. Llámalo ego, si quieres, vanidad del que quiere sentirse importante, si deseas. Puedes hacerme ver que estoy equivocado y tal vez lo acepte, pero es lo que siento, lo que estoy viviendo, lo que todos los malditos días me persigue durante este encierro y no me deja respirar en paz; dime, cómo puedo negarme a eso?" (Lima-Perú)
*Imagen referencial, tomada de Nota Clave.
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