“Lo que me chocó fue la idea de perder prestigio. Cuando trabajaba en el banco todos me respetaban, me admiraban. Tenía más amigos y salía más a fiestas. Sentía que era parte de algo, que avanzaba. Pero eso no era mío. Aunque me hacía sentir viva, ese estatus no era mío. Porque si en el banco gozaba de prestigio y buen sueldo, toda esa seguridad era mentira, porque las personas somos reemplazables y en cuanto las cosas empezaran a ponerse feas, me echarían sin pena alguna. Aceptar que era un engaño, me costó. Cuando te das cuenta que has vivido una mentira parte de ti muere. Por ese tiempo también -en mis horas libres- empecé a trabajar en centros de masaje. Las dueñas eran clientas mías del banco y me ofrecían dinero extra por trabajar con ellas. Me di cuenta que el rubro se movía bien. Lo pensé un tiempo y con un poco de miedo renuncié a mi empleo y puse mi propio centro. Al inicio tenía vergüenza. Me escondí muchas veces de amistades que pasaban por la plaza donde captaba clientes. ‘¿Ahora ofreces masajes?, de banco a masajes, ¿y eso?’, me decían y yo agachaba la cabeza. Había trabajado duro para conseguir lo que logré en el banco y no estaba segura si realmente valía la pena dejarlo. ‘¿Es esto lo que realmente quiero?, aún estoy a tiempo y puedo volver’, algunas veces la ansiedad me atacaba. Pero eso era al principio. En el banco aprendí que todo tenía que resbalarte, que tú no comes de lo que la gente piense de ti, sino de tus resultados. Era natural que al inicio coma un poco de mierda, todo cambio brusco es duro cuando se empieza. Pero eso era al principio, porque la idea de que lo que hacía era mío, era real, me consolaba y alentaba. Llevo tres meses en esto, y ahora si pasan mis amigas o algún conocido, no me escondo, les doy la cara. Si me saludan, qué alegría; si no, es igual. Ahora no me detengo, me río, me vacilo.” (Cusco-Perú)
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