Tengo treinta y cinco años, a los dieciocho tuve un accidente de tránsito que me hizo perder la movilidad en las piernas dejándome en esta silla de ruedas. Debido a eso dejé de hacer cosas que me definían como persona, cosas como montar en motocicleta o la facilidad para conseguir empleo, y aunque no ha sido fácil, me considero afortunado, porque pude haber muerto y no fue así, porque puedo disfrutar de mi familia, mis amigos, mi perro y de toda una vida llena de posibilidades que de solo imaginarlas me hace volar la cabeza.
Recuerdo todavía cuando tras salir del hospital creí que todo estaba acabado para mí. Yo, que soy un tipo al que le gustan las emociones fuertes, ¿cómo iba a seguir así? Pero llegó a mi vida lo que a de todos llega: el amor. Conocí el primer amor tras salir del hospital, lo hice de la mano de una mujer que me acompañó durante seis años y que con su cariño infinito ayudó a recobrara la confianza en mí. Aunque fue linda, la relación terminó por las razones de siempre: rutina, inmadurez, expectativas distintas. Recuerdo también la noche en que, ya durante mi vida de soltero, me fui de fiesta a una playa y amanecí emborrachándome con Antonio de la Rúa. En su momento no supe quién era él, sí me pareció extraño ver cámaras apuntándolo de manera ocasional, pero nada más. Solo después cuando vi las fotos de esa noche en algunas revistas de sociales, me enteré de la famosa vida del ex de Shakira. Buen tipo el Antonio, no sé cómo hace para lidiar con esa vida de flashes y cócteles, personalmente, no podría.
Fue por ese entonces cuando, deprimido a causa de una relación fallida, decidí inyectarme un golpe de adrenalina que me devuelva a la vida. Sin saber muy bien cómo ya estaba en la puerta de un avión a miles de pies de altura a punto de saltar en paracaídas. ‘Ya está, ya me cagué’, pensé cuando me dejé caer al vacío, pero al momento de llegar a tierra lo hice con unos huevos así de enormes que algunos solo podrían imaginar.
Me aproximaba peligrosamente a los treinta, y como muchas personas de esa edad, no sabía todavía qué era lo que quería. Como no tenía respuesta empecé a viajar esperando que algo suceda. Me subí en mi auto y, totalmente solo, anduve hasta la Argentina haciendo la famosa ruta cuarenta. El camino quedó corto para mis expectativas, hambrientas de las promesas de esa vida fuera de la rutina, así que decidí recorrer otros miles de kilómetros más hasta llegar a San Pedro de Atacama (Chile), donde mirando las estrellas desde dentro de mi carro, me quedaba dormido, aunque me cagaba de frío. Después me aburrí y volví.
Ahora estoy en casa a punto de salir a recorrer todo mi país como parte de un proyecto que involucra a personas discapacitadas. Esa ha sido mi vida desde esa noche que se quebró mi columna y perdí las piernas.
Si mañana me cae un rayo creo que me voy contento, quizá por ahí se me queda una cosita en el tintero, pero me voy feliz, porque a pesar de no poder caminar, me doy cuenta que estoy vivo, y por eso tengo la dicha de disfrutar de mi familia, mis amigos, mi perro y toda una vida llena de posibilidades que de solo imaginarlas me hace volar la cabeza.” (Montevideo-Uruguay)
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