“Para cuando la batalla empezó ya habíamos enseñado a los niños a protegerse de las bombas lacrimógenas. Era de mañana y los proyectiles caían desde el cielo a manera de bienvenida, helicópteros sobrevolaban la zona y los caballos de la policía montada iban de un lado a otro agitados por la turba de protestantes que a esa hora nos encontrábamos frente al Congreso de la República. Los maestros y los estudiantes que ahí estábamos –la cuarta parte de éstos niños de entre trece y diecisiete años- no íbamos a permitir que la reforma educativa se lleve a cabo porque era una locura: se quería eliminar de la currícula la obligatoriedad de los cursos de humanidades e implementar un sistema de educación a distancia ¡en un país donde menos del 30% de la población tenía acceso a internet! Fueron siete horas de batalla. Los estudiantes universitarios iban al frente, volteando autos y enfrentándose a la policía; los del secundario avanzaban en la retaguardia auxiliando a aquellos que habían caído. Pronto llegó la tarde y seguíamos luchando. Para cuando terminó la pelea estábamos hechos mierda: teníamos la piel toda roja, los labios rotos por el gas y la nariz super irritada. Esa misma noche volvimos a casa, y aunque fueron doce horas de viaje volvimos con la satisfacción de la labor cumplida.” (Felipe-Brasil)
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