“No sé si sea la forma en que trabajamos los seres humanos, pero diría que es imposible vivir sin algo que te ate, sin nada que te haga sentir que formas parte de este mundo. Ese algo puede ser un lugar, una persona, en mi caso fue el amor a la familia. Cuando salí de casa lo hice porque sentí que no encajaba. Emocionado por la idea de vivir nuevas experiencias, me dejé llevar por toda la costa latinoamericana hasta llegar a Brasil. Durante el camino conocí gentes y lugares increíbles que sin duda ocupan lugar importante en mi vida, pero no en quien yo era. Porque quien soy -y era- estaba echo del abrazo de mi madre, de mi comida favorita, de las discusiones con amigos y todo eso sobre lo que se construyó mi identidad y que se vive compartiendo con las mismas personas durante el mismo tiempo, ¿por qué las personas y el tiempo?, porque los demás no pueden saber quién eres -y amarte- en un solo día. No solo cuando dormía en la calle o pasaba hambre, no solo cuando paseaba por nuevos lugares y era incapaz de disfrutarlos porque me sentía solo, eran los momentos en los que me preguntaba para qué vivía todo eso. En esos instantes no tenía la respuesta, la respuesta solo llegó cuando volví a casa. Cuando regresé lo hice con la misma emoción con la que salí, pero esta vez algo era distinto: valoraba lo que no valoré al irme y que me había acompañado desde siempre: mis lazos, mis raíces, mis costumbres, quien yo soy y era. Estaba feliz de volver a echar raíces.” (Cauca-Colombia)
