“Eso está mal, super mal, ser amigo de tu trabajador es un pecado, porque tienes que pensar por la empresa, no por los demás. Pero eso no funciona para mí, porque yo soy un ser humano, no un rifle apuntando hacia la cabeza de alguien más.
‘Tienes que renunciarlos a todos y contratar a quienes estén dispuestos a trabajar sin que se les pague seguro de salud ni otras prestaciones. De preferencia contrata venezolanos’, fue lo que me dijo mi jefe aquella tarde de lunes. La idea era ganar más, no le estaba yendo mal, pero quería ganar más, y eso pasaba por recortar derechos laborales. ‘¡¿Pero te das cuenta de lo que dices?! , eso no está bien, eso es ilegal’, le respondí airado. ‘Tienes que hacer lo que te digo’, finalizó. Había pasado un año desde que, emocionado, me abordó saliendo de mi antiguo trabajo para decir que quería contratarme como administrador de su empresa. Yo tenía cinco años ocupando una posición importante en uno de los puntos de venta de una conocida transnacional de comida rápida en Ecuador y, aunque había algunas cosas que no me gustaban, estaba conforme con el empleo. Acepté su propuesta porque era para mí la oportunidad de terminar la universidad que dejé por cubrir mis responsabilidades en el antiguo trabajo. Además, él era bastante joven, y eso era algo que me inspiraba. Empezamos desde cero. Le saqué los permisos municipales y los del gobierno, lo mismo que armé la planilla, era yo quien se las ingeniaba para cubrir las cuotas del préstamo que se hizo para financiar el negocio, y todo siempre de acuerdo a ley, lo hice bien.
En el nuevo trabajo me llevaba muy bien con los chicos que contraté. Como era yo quien estaba a cargo de todo, pasaba más tiempo con ellos a diferencia de mis colaboradores en la otra empresa. Hablábamos de nuestras expectativas, de lo que queríamos de la vida, de por qué y para qué trabajábamos o simplemente de cómo nos había ido durante el día. Empezamos a ser más cercanos, más amigos, en especial con tres chicos que conocí en el otro empleo y a quienes hice renunciar para que me acompañasen en este nuevo proyecto. Ellos dejaron sus antiguos trabajos porque creyeron en mí, ¿cómo yo podía hacerles algo así?
Las lágrimas se me caían cuando les dije lo que el jefe me pidió que hiciera. No eran objetos, eran seres humanos con una historia personal igual de hermosa y justa que la mía, y a quienes debía de decir: ‘No me interesa’. ‘No, ustedes no tienen que irse, seré yo quien renuncie’, dije, después de secarme el llanto. En mi cabeza solo estaba una idea: ‘Soy un ser humano, no un rifle apuntándole a los demás’. Los chicos entendieron, llamaron a mi jefe diciéndole que querían hablar con él. Yo iba recogiendo mis cosas sin saber que a partir de ese momento pasaría algunos meses sin empleo. Cuando llegó a la oficina, el jefe primero conversó conmigo y yo le presenté mi renuncia. No dijo nada, el entusiasmo con el que se presentó frente a mí el primer día, se había ido, ahora solo era un rostro inexpresivo. ‘No olvide que los chicos quieren hablar con usted’, le dije. ‘Sabe qué, vamos a renunciar’, le dijeron los chicos. Y yo me quedé helado, paralizado, no era algo que esperaba. Y él también se quedó helado, paralizado, porque quizá era algo que esperaba. Tampoco dijo nada, los dejó renunciar. Bien sádico, bien maldito, solo al final abrió la boca para decir: ‘Ya váyanse nomás’. A mí me sorprendió.
Si lo que quieres es ascender para abajo, creo que pensar todo el tiempo en ti, es lo correcto. Si solo piensas en ti, si eres egoísta y puedes dormir bien así, pues bien por ti. Yo tranquilamente pude haber escogido despedirlos a ellos y salvarme, ¿pero por cuánto tiempo? Simplemente el cargo de consciencia no me iba a dejar tranquilo, el saber que perjudiqué a alguien más - ¡a personas que no me habían hecho nada, personas que quizá en un futuro me podían tender la mano! – solo para salvarme a mí, era uno de los pesos que no estaba dispuesto a cargar. Entonces, sí, siento que hice lo correcto, y como los chicos vieron eso en mí, se unieron a mí, se fueron conmigo.” (Cuenca-Ecuador)
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