Mis padres eran gnósticos y pertenecían a una agrupación que se llamaba ‘Movimiento Cósmico Solar’. Era una suerte de sincretismo religioso que adoptaba creencias egipcias, católicas, astrológicas, quirománticas y que estaba muy ligado con la naturaleza. Era muy lindo porque toda la parte espiritual que tengo viene de ahí. Recuerdo que de niña todos los sábados por la tarde me llevaban a las reuniones de la agrupación donde practicábamos rituales de todos los elementos: agua, fuego, aire y viento. Siempre vestidos de una forma especial -túnica, cordón blanco y sandalias- porque en los lugares en los que se hacia las ceremonias no se podía entrar con ropa normal. Teníamos un librito, que era como nuestra biblia y llamábamos ‘Medicina del alma’. En fechas especiales Íbamos a los bosques a recibir la energía del sol y volvíamos a casa renovados. Mi abuela llevó a mi papá a la religión y luego él pescó a mi mamá. Solo era ese círculo. Ni mis tíos, ni amigos de la familia, nadie, nadie sabían de eso. Éramos muy cuidadosos porque si alguien se enteraba nos tildaban de locos. Lamentablemente las cosas siempre tienen un lado turbio y el movimiento no fue la excepción. Nos enteramos que el dinero que recaudaban empezaban a gastarlo en otras cosas. Nos alejamos. Tratamos de practicar los rituales en casa, pero no era lo mismo. Después mis padres se separaron y yo me quedé con mi papá. Ese periodo fue duro porque él dejó de creer en el gnosticismo y se convirtió al cristianismo. Por consecuencia yo también fui dejando de practicar los ritos. No sé, pero siento que desde ese periodo no tengo una tranquilidad interior. Yo tenía una relación con Dios porque me acostumbré siempre a conversar con él por las noches. Siempre agradeciendo cosas. Pero eso era por la religión. Y cuando lo fuimos dejando yo fui perdiendo esa serenidad.” (Cusco-Perú)
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