“Yo me crie desde muy chiquita con mi abuela porque mis padres estaban trabajando. Era ella quien iba por mí al colegio y me contaba historias antes de irme a dormir. Me sentía protegida a su lado, por eso, cuando murió, el alma se me llenó de vacío. Por esos días Luke acababa de llegar a casa. Llegó para mi cumpleaños número dieciséis escondido en una cajita. Mi abuela lo vio antes que ella falleciera. Luke veía que yo estaba triste por la muerte de mi abuelita y dando saltitos venía hacia mí para apoyar su hocico contra mi pierna y darme empujoncitos como queriendo animarme. Como Luke era chiquito, yo lo ponía en la cama para jugar, y cuando de la nada el recuerdo de mi abuelita venía haciéndome llorar, él se acercaba a mí, me lamía las lágrimas y se quedaba dormido a mi lado. Ver a Luke era alegrarse la vida en medio de tanta tristeza, porque como caminaba medio chuequito, con esfuerzo daba unos cuantos pasos y se caía, tendido sobre el suelo parecía una bolita de pelos y a mí se me derrita el corazón de ternura. Al estar con él me alegraba todos los días porque sentía que tenía a alguien que me acompañe. Y quizá eso fue lo que quiso mi abuela, que Luke me acompañe, porque antes de morir fue ella quien pidió que mi perrito se quede en casa.” (Lima-Perú)
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