“No puedes atrapar al viento, ¿cierto? Maickol era como el viento. En todo lo que hacía le ponía pasión y locura. Durante un tiempo organizamos fiestas clandestinas y cuando les servía copete a los gringos, gritaba: ‘¡Mueran, mueran mierdas, pero antes déjenme su plata!’ Después, cuando veníamos a Calama, sacaba la cabeza por la venta del auto y empezaba a gritarles a todos los que se nos cruzaban en el camino. ‘¡Aquí todo es peruano!’. Una mañana se levantó y de la nada dijo: ‘Me voy a Machu Picchu’, y se fue a Machu Picchu. Regresó por Bolivia donde se escapó de unos policías que le habían quitado sus documentos porque no lo querían dejar pasar. Ya en San Pedro empezamos a comprar cosas usadas por internet y las vendíamos en el pueblo. Un día me hizo comprar una máquina para lavar autos y ganar plata pero me cagó porque se aburrió rápido de ese trabajo. Pero estaba bien, era mi amigo. A él lo trajeron de Perú a Antofagasta. Su mamá le dijo: ‘Hijo, vamos a ir a Chile a conocer a tu tía’. Y dice que lo dejó en Antofagasta con una señora que no era ni su tía. Tenía como 14 años. ‘Hijo, yo voy a volver la otra semana a buscarte, te quedas acá nomás’, dice que le dijo su madre, y se fue y lo dejó botado. Por eso cuando tomaba él se enojaba y hacía tiras el pasaporte. Pero a pesar de ello: el amor por la vida, las ganas de seguir estando aquí para pasarla bien. Hace unos años conoció a una australiana y se fue a vivir al país de ella. Ahora tienen dos hijos. A las personas nos gustan personas como Maickol porque nos recuerdan aquello que hemos olvidado: la pasión por la vida, el amor por vivir cada día, que estamos aquí para divertirnos, para ser felices, y que debemos defender ese derecho hasta el día que nos muramos.” (San Pedro de Atacama-Chile) *Imagen referencial, tomada de Humans of Amsterdam
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