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Luis: 'El feo'

"Su nombre era Luis pero le decíamos ‘El feo’. Luis era el típico chico de la calle que creció sin papá ni mamá. Vivía en una habitación que compartía con otras seis personas y, fuera de algunos tíos –que se dedicaban al consumo de drogas- y abuelos, Luis no tenía a nadie más en el mundo. Pero sí tenía la calle, y en ella el refugio de amor que encontraba al lado de otros niños. Así fue como conocí a Luis: en la calle. Luis llegó a ‘Chibolito’ cuando tenía seis años. En ese entonces la asociación contaba con camas para niños rescatados así que Luis se quedaba en una de ellas. La primera vez que lo vi llegar supe que no era como los demás: era muy hiperactivo, siempre andaba de un lado para otro, era una especie de duende que dejaba todo flotando a su paso. Luis tenía tanta energía que quería hacerlo todo al mismo tiempo: si alguien estaba en el taller de carpintería fabricando algún juguete, él quería hacerlo también; si alguien jugaba a la pelota o estaba pintando en el taller de arte, él también tenía que estar ahí. Cuando algunos de los niños de la calle no tenían para comer, Luis compartía lo poco que tenía con ellos, aunque para eso tuviera que robar. Cuando Luis se iba algunos días del albergue –nunca teníamos a los niños en contra de su voluntad-, los otros chicos preguntaban: ‘¿dónde estará ‘el feo’, qué andará haciendo ahora?’. Como todas las personas que se hacen querer, la ausencia de Luis se hacía sentir.

Conforme fueron pasando los años Luis creció y empezó a salir de la ciudad. Cuando llegó a ser adolescente se desaparecía de Cajamarca por meses para ir a la costa, pero cuando volvía siempre pasaba por ‘Chibolito’ porque esta era su casa, aquí comía. Como todo chico de la calle que tiene que defenderse de quienes quieren aprovecharse de él, Luis tenía actitudes agresivas que con el tiempo lo llevaron a ser líder de grupo. Por ese entonces también empezó a consumir drogas, y pocos meses pasaron para que se volviera adicto. Luis era una persona bastante inocente. No veía ningún problema ético en la venta de drogas porque la preocupación por tener que financiar su vicio y llevarse un pan a la boca lo distraía de cualquier barrera ética. ‘Al final, el cliente es el que decide si compra o no’, reducía a esa frase su punto de vista. Cuando conversábamos al respecto, cuando queríamos ir más allá para identificar quién era el que le distribuía para así hacer algo, Luis esquivaba las preguntas. ‘Es para protegerlos a ustedes de los chicos malos’, decía.

El hecho de que ‘Chibolito’ solo trabaje con chicos de hasta dieciocho años, hizo que ‘El Feo’ se fuera alejando cada vez más de la asociación. Cuando pasaba a saludar todavía conservaba esa energía de sus primeros años, pero se le veía cada vez más y más deteriorado: era evidente que las drogas habían tomado rol protagónico en su vida. Un día antes de enterarnos de la tragedia, Luis llegó al albergue totalmente cambiado. Se había cortado el pelo y tomado un baño que parecía haberle quitado años de encima. Llevaba pantalón de vestir y camisa manga corta, estaba como para una fiesta. ‘Hola profe, he venido a visitar a mis hermanos un rato’, dijo sin mirarme, y pasó por mi lado como si fuera un rayo. ‘¡Hey, pero qué cambiado estás, a qué se debe semejante honor!’, alcancé a responder, no sé si me escuchó. Al siguiente día por la tarde me enteré de su suicidio. Después de la mañana que vino a despedirse, Luis llegó a su casa diciendo que se sentía enfermo, que quería dormir un rato. Cuentan que con esa razón se encerró en su cuarto y no supieron más de él hasta tres horas después cuando, tras llamar a la puerta de la habitación y nadie respondía, la tumbaron y encontraron el cuerpo de Luis colgando de una de las vigas del camarote. Se había ahorcado.

“Luis se suicidó porque la sociedad le dio la espalda. Él se puso la soga al cuello, pero fueron la indiferencia que encontró en casa desde pequeño, las miradas de desprecio y el estigma que las personas le pusieron por ser un niño de la calle, la soledad, la profunda soledad que produce todo ello, los que terminaron por tirar del nudo. A las personas no les interesan los chicos como Luis porque los ven como un elemento más del paisaje, como una envoltura de papel que alguien más tira en el camino y que no es su problema levantar. A las personas no les interesan los chicos como Luis porque están tan encerradas en su propio mundo de egoísmo y falta de comprensión que se les hace imposible volver la mirada a un lado y comprobar que el otro existe.

A las personas no les interesan los chicos como Luis porque nos revelan lo mal que estamos como sociedad. No contar con papá ni mamá, hermanos ni familia alguna que te dé un abrazo, un consejo, que te diga que no le importa lo cerca o lejos que llegues en la vida pues eso nunca cambiará lo que sienten por ti, tener que dormir en la calle sin comida ni abrigo, vivir a la defensiva por temor a que alguien te haga algo, todo eso abre heridas hasta al más fuerte. Los chicos como Luis tienen esa rabia, esa rebeldía, ese resentimiento del que no una, sino muchas veces fue rechazado, dando vueltas dentro de sí que lo único que busca es salir, y cuando lo hace, sale de forma violenta, muy violenta. ‘Tú me diste rechazo, pues yo también te doy rechazo’, es la lógica bajo la que opera. Este trabajo me ha enseñado que Luis pudo haber sido cualquiera de nosotros porque nadie escoge la familia en la que le tocó nacer ni mucho menos las experiencias que le tocó vivir. Es por eso que creo que el ser humano ha venido a este mundo para hacer algo por alguien más, no solo por sí mismo. Es sencillo: actúa con bondad y recibirás bondad, actúa con desprecio y puede que alguno de los tuyos sea Luis.” (Cajamarca-Perú)


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