“Fueron los peores treinta minutos de mi vida. Cuando la puerta del metro se cerró y mi hijo quedó dentro de él, perdí la cabeza. Sentí que me volvía loca. Fui corriendo tras del bus gritando que parara pero no sirvió de nada. Todo empeoró cuando las puertas del andén también se cerraron y yo quedé en el corredor tirada sin poder hacer nada; creí que todo estaba perdido. Pensé lo peor: que no lo volvería a ver, que alguna persona mala lo encontraría y le haría daño. Imágenes muy feas pasaban por mi cabeza y lo único que quería era morir. Empecé a llorar, sentí cómo se me congelaba el cuerpo. ¿Qué clase de madre descuidaba a su hijo de ese modo? Las personas empezaron a rodearme porque caí en un cuadro de nervios y me decían que me calmara. ¡¿Pero cómo puedes calmarte cuando sientes que se te va la vida?! No pasó mucho tiempo para que otro metro parara. Subí en él y bajé en la siguiente estación con la esperanza de encontrar a mi hijo, pero no fue así. Habrá sido tanta la desesperación que tenía que un orientador del metro se acercó a mí. ‘Mi hijo se acaba de ir en un bus. Yo estaba acomodando las cosas para subir también pero el bus solo se fue’, le dije. Llamó por radio a la central de operaciones y a los pocos minutos le respondieron. Mi hijo estaba a salvo cinco estaciones más allá. Dos personas que estaban dentro del bus cuando él subió vieron cómo Francesco empezó a llorar desesperadamente porque yo me había quedado en la estación. Se bajaron con él seis paraderos más allá y decidieron ayudarlo. Hasta ahora no puedo creer lo que pasó. Es una angustia que no se la deseo a nadie.” (Lima-Perú)
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