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  • Foto del escritorPersonas de Latinoamérica

Los demonios de mi padre

“ ‘Si lo matas a él, primero vas a tener que matarme a mí, papi’, dijo mi hermana de cinco años parándose desafiante frente al cañón del arma de nuestro padre que amenazaba con dispararme.

Mi papá era así, violento cuando se emborrachaba. Lo recuerdo escuchando rancheras a todo volumen y lanzando tiros al aire al tiempo que se ahogaba con botellas de tequila que se le chorreaba por la comisura de los labios; todo un macho mexicano. Una tarde en la que estábamos en nuestra casa de lago, como de costumbre, papá empezó a tomar. De la nada apareció frente a mis hermanas y a mí con los ojos locos y el arma cargada lanzando tiros que perforaron el techo. Mi madre nos sacó corriendo de ahí para montarnos en nuestra lancha que nos llevó al medio del lago donde pasamos la noche esperando a que mi papá se calmara solo. Solo, es así como mi padre siempre estaba. Todo el tiempo se excluía de las reuniones familiares porque decía que ese no era su mundo. Todos en su familia y círculos de conocidos eran ‘gente bien’ que había estudiado en prestigiosas universidades fuera del país y que al volver se convirtieron en personas muy reconocidas en la ciudad. Pero no mi papá, él era el típico ganadero que se creía el dueño del mundo porque tenía las tierras de mis abuelos, el dinero de ellos y podía hacer lo que le viniera en gana. Tal vez ese sentido de no pertenencia fue lo que llevó a mi padre a acumular tanta rabia que solía descargar despilfarrando el dinero en alcohol y prostitutas -quién sabe si en drogas-. Mi padre gastaba tanto y era tan violento al punto que en la ciudad le tenían más miedo que al ‘Chapo’. Fue así, viviendo en los excesos, que empezó a dilapidar la fortuna que le dejaron mis abuelos vendiendo tierras, ganados, casas, carros, todo lo que tenía a su paso.

Pero quizá lo que más me marcó de mi padre no fue tanto su violencia como el hecho que fuera distante. A mis treinta y dos años puedo contar con los dedos de una mano las veces que me dijo ‘Te quiero’. No entiendo por qué él era así, no encuentro razón para su actitud tan fría porque mis abuelos y tíos siempre fueron muy cariñosos con él. Acaso mi padre era más abierto a los demás solo cuando se emborrachaba. Solo entonces me abrazaba y decía: ‘Hijo, no es que no te quiera, solo que no sé cómo hacerlo, por eso te doy plata, porque sé que eso te hace feliz’, y me tiraba el dinero en la cara.

Por todo lo vivido me prometí a mí mismo nunca probar licor, pero ya vez, soy hijo de mi padre y me ha sido inevitable no amanecer con la botella. Cuando me embriago, me parezco mucho a él: soy prepotente, altanero, violento. Ahora menos que antes, pero lo sigo siendo. También he arrastrado la incapacidad para expresar mis emociones. Me es difícil decirle a mi madre y hermanas lo mucho que las quiero, y cuando alguien me muestra afecto, trato de alejarlo de mí, me siento raro.

La noche en la que mi padre apuntó con el arma a mi hermana y a mí fue una de las últimas veces que lo vi. La policía, por orden de mi madre, irrumpió en la casa y se lo llevó detenido. Al poco tiempo se divorciaron y yo, como no quería estar con mi madre porque también tenía problemas con ella, me fui a vivir solo. El año pasado, después de casi de diez años, volví a tener noticias de papá. Me llamó para decir que estaba solo, que vivía de la ayuda de los demás porque lo había perdido todo. Me dijo: ‘Hijo, te quiero’, y no sentí nada. No quise darle dinero porque sabía que se lo gastaría en licor, pero acordamos en que le haría el mercado todos los meses. Ahora por la cuarentena me han reducido el salario y no puedo hacerle las compras como antes. Le he dicho que espere a que todo esto termine para volverlo a apoyar. Hace unos días mi mamá me llamó diciendo que papá le había hablado borracho al teléfono. Yo no le di dinero ni ninguno de sus hermanos, es muy probable que haya comprado licor con la plata que las personas de escasos recursos reciben del Estado.” (San Salvador-El Salvador)


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