“Cuando terminé la universidad quería dedicarme a la investigación. En ese entonces la rama de minerales no convencionales tenía mucho por explotar y quería evocarme a eso. Hice algunos intentos. Viajé a algunas convenciones en diferentes partes del país y tuve contacto con el Estado para formar parte de su equipo de trabajo en dicho tema. Pero no fue suficiente. A los veintitrés años crees que solo basta decir: ‘¡Hola mundo, aquí estoy!’, y el mundo te dirá ‘¡Hola Jorge, ven aquí que soy tuyo!’. Pero no, no funciona así. Pronto me di cuenta que en el Estado nunca me aceptarían porque todos los puestos ahí eran ‘a dedo’. En casa pude haber pedido apoyo a mis padres pero no quería seguir siendo una carga para ellos. Entonces te sientes un poco perdido, sientes que no estás avanzando porque tus amigos están consiguiendo trabajo, moviéndose fuera de sus casas, comprándose su primer carro y tú nada. Es así que tus legítimos deseos de desarrollo profesional te llevan a tomar el primer empleo que aparece. ‘Esto solo será temporal, hasta que esté más estable’, te dices. Y así –sin saber muy bien cómo- te encuentras ya casado, siendo padre de dos hijas y esperando a la tercera. Quieres darle un giro a tu vida, intentar cosas nuevas como tratar de cumplir un sueño, pero no puedes, te da miedo, porque ahora no eres solo tú, sino también otras personas, tu familia. La sensación de que pudiste haber dado más, que no explotaste todo tu potencial, esa es un gran derrota.” (Trujillo-Perú)
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