“Siento que soy una molestia para mi familia, que no me quieren cerca, que todo de mí les parece malo. La situación es fácil de comprender. Hace cinco años viajé a la capital de mi país para trabajar y estudiar. Con mucho esfuerzo logré adaptarme y cada año regresaba a casa para visitar. Me quedaba un par de días, una semana a lo más, el tiempo suficiente como para recargar energías y continuar con mis metas. Pero todo cambió con la cuarentena. Justo antes de que empezara el aislamiento se me ocurrió venir junto a mi novio a contarles que al fin me había graduado. Estaba muy emocionada por cómo recibirían la noticia, pero nada ha sido como imaginaba. Conviviendo juntos, mi madre no para de pelear con mis hermanos, se faltan el respeto y hay malos entendidos. Yo trato de acercarlos, de hacer que dialoguen en vez de mantenerse en silencio alimentando el resentimiento. Pero ellos no quieren, me miran mal, forman alianzas solo para darme la contraria y hacerme creer que son felices así; pero las personas felices no viven quejándose todo el tiempo como lo hacen ellos. Ellos piensan que me creo superior porque fui a la universidad, porque vivo en la capital y quiero un estilo de vida distinto. Pero no es así, sigo siendo la chica de pueblo con buenos sentimientos, pero con un poco más de conocimiento, nada más. Y también está mi pareja, que pasa todo esto conmigo y no quisiera que piense que no merezco ser tratada con respeto porque ni en mi familia lo hacen.
Tengo claro que las familias no son perfectas, pero estuve tanto tiempo idealizando pasar momentos de calidad con ellos que duele chocarse con la realidad. A veces pienso que soy egoísta por pretender que todo gire en torno a la idea que tengo de la familia, pero ni siquiera noto eso; lo que sí siento es su falta de cariño. Será que es tiempo que me vaya resignando a la realidad, a la idea de que ellos son así, tal vez el hacerlo sea parte de madurar, no lo sé.” (Cuenca-Ecuador)
