“La canción se llama Criançada, de Nicola Cruz, y la primera vez que la escuché fue la última que lloré de emoción por una música. Fue en un bus entre Puerto Madrid y Neuquén, en Argentina. Me esperaba un viaje de más de ocho horas así que decidí acompañarme con algo de música. Me fui al playlist de Nicola y toqué Criançada. Nunca antes la había oído. La dejé tocar un minuto y me di cuenta que estaba frente algo magnífico. Era como si me encontrara frente a una pintura y lo único que podía y quería hacer era observarla, no hacer nada más, solo observarla. Decidí empezarla de nuevo. Esta vez subí todo el volumen para que el sonido de los instrumentos entre muy fuerte en mí y así no olvidarlos. Y ahí estaban, los vientos de un siku, las cuerdas de un sitar, conviviendo en armonía, en su propio viaje, componiendo, arreglando, escribiendo la música ahí mismo, en el proceso. Sin atropellarse, comprometidos, nuevo a cada instante, y lo único que tenía que hacer para disfrutarlo era abrir mis sentidos y dejarme llevar.” (San Pedro de Atacama-Chile)
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