“Nunca pensé que alguien que no significaba nada para mí podía hacerme tanto daño. Recuerdo no haber sido la misma desde aquella tarde en la que tras entrar al vestidor de hombres, él me abordó y con tono desafiante me dijo: ‘¿qué hacés acá? , seguro sabías que yo estaba aquí por eso viniste’, al tiempo que me arrinconaba contra uno de los lockers y sus manos iban recorriendo mi cuerpo. ‘No valés nada, eres insignificante, no eres y nunca serás alguien, puedo hacer contigo lo que se me dé la gana’, continuaba, y yo solamente estaba paralizada. Pero poco después reaccioné, lo empujé, rasguñé su cara y cuello y salí corriendo de ahí. No era la primera vez que me tocaba y yo le había dicho que dejara de hacerlo, pero en aquella oportunidad, por cómo se habían dado las cosas, me sentí violada. Toda la tarde de ese día y durante mucho tiempo después, lloré. No entendía por qué de entre todas las chicas que estudiaban en la facultad él me había elegido a mí. Mi personalidad cambió de la noche a la mañana y mis amigos y familiares lo notaron. Ya no era la chica divertida y amiguera que disfrutaba de liderar los grupos de mi salón y motivar a la gente a que siguiera adelante. Cuando armaba mis horarios de clase excluía de manera deliberada cualquier profesor varón que pudiera tener. Empecé a tener desórdenes alimenticios que afectaron seriamente mi salud. Si mi pareja quería tocarme yo lo rechazaba violentamente haciéndolo sentir mal, porque él pensaba que el responsable de mi miedo era él, cuando no era así, cuando yo no le había contado nada de lo que había pasado. Con esa sombra viví un poco más de año y medio, cuando finalmente, a puertas de la graduación de la carrera, decidí apartarla de mi vida. Una tarde me armé de valor, lo busqué, lo ví, me acerqué a él y le dije: ‘Galo, ¿puedo hablar con vos?’, nunca antes le había dirigido la palabra después de ese episodio. ‘Sí –me dice- ¿qué pasa? -siempre con un tono despectivo, como diciendo ‘Vos allá y yo aquí arriba’-, ¿qué pasa?’. ‘Solo quería decirte que vos a mí me hiciste mucho daño, vos me lastimaste un montón, nunca pensé que una persona podía hacer tanto daño, encima una persona que para mí no vale nada, porque a mí me lastima más la persona que me interesa, la persona que quiero,- lo quise hacer sentir como él me hizo sentir a mí, que no era nada, de alguna manera lo hice sentir mal-…pero no porque valgas algo o porque yo a vos te tenga allá arriba como cualquiera de estas mongólicas que se derriten por vos. Yo hoy te hablo a la par, yo profe, tú profe, lo que me hiciste no te lo voy a perdonar nunca, y tus hijos ni tu mujer te lo van a perdonar, porque ellos lo van a saber”. Me agarró el brazo y me dijo: ‘Vamos que quiero hablar afuera con vos’. Le respondí: ‘No quiero hablar, era yo la que quería hablar, y a mí me soltás y no me irrespetás más, no me tocás nunca más en tu vida”. Y respondió que se me habían subido los humos, que se me había subido el título a la cabeza. Me dijo que tenía que seguir respetándolo ‘porque vos no te olvidés que fui yo el que te enseñé todo lo que vos sabes, todo lo que vos ha aprendido en la vida lo has aprendido de gente como yo, que es culta’. ‘¡Culto!, ¡¿vos culto?!, vos no sabes nada de la vida, vos te tenés que hacer ver con un psicólogo, vos estás mal, vos tenés una familia, tu mujer y todos van a saber lo que me hiciste”. Entonces su expresión empezó a cambiar, recuerdo que sus ojos se abrían más y más, clavo su mirada en mi mirada, y estaba como enfurecido, mientras me decía: ‘Cashate, cashate’, como que no quería escuchar lo que él había hecho, se sentía avergonzado de alguna manera de lo que había hecho tiempo atrás. ‘Bueno, ya está –le respondí-, eso era todo lo que te quería decir, ahora que estamos igual a igual y que soy profe como vos, ahora que tengo voz y voto y mi palabra también vale, porque no soy una alumna que inventa historias, yo voy a ir a hablar con todo
el mundo, con la directora, con el prefecto, todos se van a enterar’. Entonces me mira y dice: ‘¿Vos crees que te van a creer?’. ‘Sí, ahora sí me van a creer, porque yo ya soy alguien, vos me decías a mí… ¿te acordás qué me decías?, ¿te acordás qué me decías?, -y se quedaba mirando hacia otro lado, entonces lo tomé del rostro y esta vez yo clavé mi mirada en la suya- ¿te acordás qué me decías?, decías que yo era un manicito insignificante, que yo no valía nada, que lo que yo dijera nadie me iba a creer, mirá qué tan chiquita soy que ahora yo decido hasta qué hacer con vos, qué hacer con tu vida”. Algo en mí se había liberado. Lo dejé ahí parado y me marché. Lo último que supe de él fue que lo movieron al área administrativa de la universidad, lejos de cualquier posible contacto con alguna mujer. Aún cuando lo veo siento temor, no es justo que las mujeres no podamos ser quienes somos por tipos como él, por miedo.” (Córdoba-Argentina)
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