“Cuando salí de Colombia, dije: ‘Bueno, me voy, voy a hacer mi vida, voy a hacer lo que yo quiera’. Armé mi mochila, cogí mis ahorros y partí. Estaba aburrida de mi país y tenía sed del mundo…sin saber muy bien lo que eso era. Y es que cuando uno decide renunciar a todo para vivir viajando se compra un cuento que no es, piensa que el estrés, la monotonía, el aburrimiento, la sensación de no encajar, se irán cuando sales a la ruta, y no, no es así. Pronto la plata que tenía se acabó y tocaba trabajar. El problema era que yo no sabía hacer ni mierda, literal: nada. En casa todo tenía y cuando me tocaba pararme frente a un semáforo para hacer malabares, mientras lanzaba las pelotas y miraba al aire, pensaba: ‘Mierda, esto no es lo mío.’ Tenía un pánico escénico tremendo. También fue difícil aceptar que hay ciudades y personas que no son como una esperaba. En Quito (Ecuador), después de un día entero vendiendo artesanías, muy contenta yo porque había hecho la plata para comer, un muchacho me apuntó con un arma y robó todo lo que tenía. Quedé en shock, no podía parar de llorar y la noche de ese día tuve que dormir en la calle porque quedé sin ningún mango. Así, días enteros tirada en la ruta porque nadie me levantaba cuando hacía dedo, sin bañarme, comer bien, sola. Pero lo que más te marca, lo más fuerte, lo que te hace pensar por qué carajos decidiste esta vida, es estar alejada de personas que amas, perdiéndote fechas importantes al lado de ellas: mi novio –que se quedó en Colombia- murió mientras yo estaba en la ruta, no estuve para la graduación de mi hermano, tampoco estoy viendo crecer a mi hija, y eso me duele. Yo ahora te cuento todo esto normal, pero por dentro me siento muy mal, muy confundida. Tú dirás, si te sientes así, ¿por qué no regresas? Eso ni yo misma lo sé.” (Lima-Perú)
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