“La primera vez que vi a mi padre fue por una fotografía suya, ese recuerdo era tan vivido que por años permaneció en mi memoria. La segunda -y última- fue cuando yo ya había cumplido los quince años y apareció en la casa de mi madre diciendo que nos venía a visitar. ‘Ya debes estar por terminar la primaria’, me dijo aquella vez. No respondí, yo estaba por acabar la escuela secundaria, eso es algo que él hubiera sabido de estar presente en mi vida.
Nunca agobié con demasiadas preguntas a mamá sobre él porque desde niño la virtud del entendimiento me hizo ser prudente. Por eso, cuando en el colegio, durante las celebraciones por el día del padre él no estaba, o cuando en mis cumpleaños era alguien más quien debía suplir su ausencia, entendí que mi padre me había abandonado. Abandonado, sí, esa es la palabra, porque, aunque de manera periódica enviaba dinero a casa -que dicho sea de paso apenas y alcanzaba para cubrir una comida al día-, él nunca estuvo ahí cuando lo necesitaba, como la vez en que…prefiero no recordar. ‘¿Y tu papá?’, me preguntaban en la escuela. Yo respondía: ‘No tengo’, y me ponía a jugar. Cuando eres niño y vives ese tipo de ausencia, el juego es un buen aliado para no agobiarse por ello; pero cuando eres adolescente y la realidad se hace evidente, estás obligado a tomar una postura. Para vivir en calma, yo decidí aprender a que la ausencia de él no me afectara, y así fue, porque suprimí cualquier tipo de recuerdo que estuviera relacionado a su figura. Todo funcionaba, pero aquella tarde en la que llegó a casa, no pude más.
Cuando mi padre llegó a casa esa tarde, yo estaba haciendo la tarea. Hasta ese momento todo alrededor suyo era como siempre había sido: un mundo extraño, lejos de mí. Antes de irse, se acercó a mí, preguntó cómo estaba y antes de despedirse extendió un billete de veinte soles. Yo lo miré y le dije: ‘Cada sol de este dinero es por cada año que no has estado en mi vida’. Él no supo qué responder y se fue. No recuerdo bien qué hice con el dinero, seguramente lo gasté en algo que me distrajera. Han pasado diez años desde ese día y el rostro de él se me ha desdibujado de la memoria, si hoy lo veo por la calle, no lo recuerdo." (Lima-Perú)
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