“Éramos mi papá, mi mamá, mi hijo y yo viviendo todos en la casa de la abuela. De todos ellos, yo era la única que trabajaba pero lo hacía en cosas que no correspondían, trabajos que no me gustaban, si podía vender ‘caño’ (drogas), vendía caño, pero lo hacía porque era madre soltera y no tenía de otra , debía de mantener a mi hijo. Pero después recapacité y dije ‘no, no quiero que mi hijo me recuerde de esta manera’. En esas circunstancias decidí probar suerte en otro lugar. Yo fui criada en un pueblo de artesanos así que decidí trabajar mi arte en un lugar donde pueda tener mejores resultados. Así fue que llegué a San Pedro, pero cuando dejé la casa no pensé que alejarme de mi hijo me haría sufrir tanto. Todo el tiempo pensaba en él. En cada cosa que hacía, a cada lugar que iba, siempre estaba él. Por más que me repetía que lo que hacía era para ser mejor persona y darle una mejor calidad de vida, no podía quitarme la cabeza el sentimiento de culpa por haberlo dejado. Caminaba por las calles y las lágrimas se me caían solas. Soñaba con él, soñaba mucho con él. Soñaba que estaba en mi cuarto escuchando una canción de Violeta Parra y él entraba a la pieza y me decía: ‘mamá, mamá’, entonces yo despertaba y no estaba, y sentía un dolor tremendo en el corazón, y lo único que podía hacer era ponerme a llorar. Con ese hueco en el pecho pasé tres meses. Fui a Bolivia y Perú a seguir intentando crecer en lo mío. Cada vez las llamadas telefónicas eran más cortas porque debía de ahorrar todo el dinero posible para mandarlo a mi familia. Pero todos tenemos un punto de quiebre, uno que nos ayuda a entender quién realmente somos. Y el mío fue cuando una noche, tras ver la luna llena salir de entre los montes, sentí tanta soledad en mi camino, y me preguntaba mucho por qué, por qué hacía lo que hacía, por qué si lo amaba estaba sin él, y lloraba y lloraba, solo lloraba y lloraba, hasta cansarme, hasta caer rendida, y ahí fue cuando me encontré, cuando entendí que yo era mamá y si bien yo estaba buscando un propio camino para ser mejor, mi camino también era al lado de él, viéndolo crecer, haciéndome renegar. A la mañana siguiente hice mis maletas, me despedí de los amigos y volví a casa.” (San Pedro de Atacama-Chile)
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