“No sé en qué momento decidí que ya no estaba bien. Supongo que fue el nuevo entorno que empecé a frecuentar lo que me llevó a pensar que, pese a que era feliz, la Andrea de antes no podía seguir más. Si antes prefería estar en casa que con los amigos, estudiar en vez de ir a fiestas, pasar desapercibida en lugar de ser el centro de atención, ahora, rodeada de extranjeros y gente que vivía la vida de manera distinta, me hizo querer para mí ese brillo que había entorno a ellas, me hizo sentir cierta sensación de incomodidad conmigo misma. Nunca fui una persona descuidada con su apariencia, pero por ese entonces me empecé a preocupar más por cómo me veía, la ropa que llevaba, los lugares a los que iba. Tomé un empleo, uno donde pudiera ganar más para financiar mi nuevo estilo de vida. Empecé a gastar la plata en cosas que antes ni si quiera hubiera imaginado, cosas como celulares nuevos, viajes a lejanos destinos y eso. Viví nuevas experiencias que se suponen me harían sentir bien, pero no las disfrutaba del todo porque estaba cansada, apenas y dormía unas horas porque tenía que seguir productiva. Ahora que llegó la pandemia recién he podido dar un paso atrás para observar en lo que se estaba convirtiendo mi vida. Estando en casa ya he tenido más tiempo para compartir con mis padres, escucharme. Ahora que viví lo que quería pienso que la anterior Andrea no estaba del todo mal, pero ya vez, así somo los seres humanos, tenemos que equivocarnos para saber lo que queremos.” (Lima-Perú)
