“Empecé a enseñar cuando tenía veintiún años. Si un niño de mi clase se portaba mal yo hablaba con él y citaba a los padres. Era entonces cuando empezaban los problemas. ‘Ok, tienes veintiún años, no tienes hijos, estás recién empezando a enseñar y no tienes experiencia, entonces, ¿qué es lo que me quieres decir acerca de mi hijo?’, era más o menos lo que respondían cuando me reunía con ellos. Yo me quedaba impactada, sin saber qué decir. Trataba de asimilar si lo que oía era realmente cierto. Pero eran instantes. No me detenía. Yo los seguía citando si sus hijos actuaban mal. Por esto, algunas veces los padres iban donde el director para quejarse de mi trabajo. Por suerte él me apoyaba y les decía que yo me había educado para esto, que yo sabía lo que hacía. Un colega mío de similar edad trabajaba en la misma escuela y no tenía esos problemas. Trabajar con niños es particularmente difícil cuando eres mujer y joven. Te das cuenta que ellos no son el problema. Si hacen algo mal tú les hablas y ellos entienden. El problema son los padres, por creer que por tu condición no tienes nada que enseñarles de la vida, por decirles a sus hijos que ellos pueden hacer lo que quieran. . Y no, no es así.” (Cusco-Perú)
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