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  • Foto del escritorPersonas de Latinoamérica

Historias, la vida es solo mentiras

“Con un poco más de veinte años fui a vivir a una comunidad hippie a las afueras de la ciudad. Crecí en una familia conservadora y la única manera de proteger mi identidad era apartándome de ella. Me gustaba la comunidad porque me gustaba pensar que éramos ciudadanos del futuro, que formábamos parte de algo que nadie más entendía porque todos estaban viviendo sus mediocres vidas regidas por el sistema. Luego de algunos años de estar con esta gente subterránea –donde, no está demás decirlo, abundaban las drogas, no habían reglas, todo era de todos- tuve una experiencia traumática que cambió mi vida. Fue durante un festival de música después de consumir LSD. En un momento me vi con las uñas enterradas en el piso y gritando desesperado porque creía que saldría disparado de él. Estaba teniendo un mal viaje. Mis amigos tuvieron que calmarme y esa noche acabó la fiesta para mí. A la mañana siguiente, cuando desperté y vi todas las carpas regadas por el campo, con gente tirada en el césped y durmiendo entre la basura, me di cuenta que la seductora idea de vivir una realidad alternativa a la común, era mentira. Porque lo cierto era que esta comunidad alternativa a la que pertenecía estaba tan perdida como el hombre de a pie que no sabe qué hacer con su vida, con la diferencia que nosotros pisoteábamos nuestra dignidad, atentábamos contra nosotros mismos no respetando nuestros cuerpos, escupiendo sobre el mundo solo por el deseo de hacerlo, justo como niños llenos de ira. Me salí de esta comunidad y con los ojos descubiertos para enfrentar la realidad, no sabía qué hacer.

Por ese entonces había oído hablar de prácticas chamanísticas en la selva ecuatoriana. El objetivo de esta ceremonia era encontrar tu verdadero yo a través de un proceso de introspección que incluía dejar de cuestionarlo todo en todo momento para más bien dejar que las cosas sean. Fluir. Para una persona como yo, que venía de una experiencia traumática, que no se sentía a gusto ni con su familia, ni en sociedad, ni mucho menos en comunidades alternativas, la idea de explorar en sí mismo para encontrar la solución a sus problemas, era atractiva. Tenía veinticinco años cuando compartí algunos meses con esta especie de tribu en la que aprendí a valorar mi conexión con la naturaleza -que es de donde todos venimos-, aprendí a meditar para contemplar el mundo sin ningún tipo de interpretación, solo entregándole mis sentidos y nada más, también entré en dietas rigurosas para experimentar cómo la liviandad del cuerpo te deja más cerca al alma. Con estas múltiples herramientas pude encontrar la paz que tanto anhelaba, cambiar de mentalidad, ese era el secreto. Han pasado más de diez años de lo de la comunidad hippie y cuando pienso en el adolescente que era entonces y la persona que soy ahora, comprendo una cosa: historias, eso es lo que siempre es la vida: historias. Cuando vivía en la carpa en medio de esa perpetua felicidad rastafari yo estaba convencido que ese era el camino. Ahora que mi estilo de vida es distinto, también estoy convencido que estoy haciendo lo correcto; ¿qué me garantiza que en el futuro no cambie de parecer?, ¿por qué asegurar que la forma en la que veo el mundo ahora es la verdadera? Sé que suena un poco aterrador decir que todo lo que hacemos es solo contarnos historia, pero cuando dejamos de lado el ego que produce saberse menos que nada, nos damos cuenta que la clave está en escoger la historia que sea mejor para ti, la que se ajuste a ti y no tú a ella.” (Trujillo-Perú)


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