“Su nombre era Diego y estuvo ahí cuando nadie más estaba. En casa tenía muchos problemas con mamá que llegaban a los insultos y los golpes. Eran de esos tipos de problemas en los que sientes que nadie de tu familia te entiende y te sientes solo y lo único que quieres es escapar. Pero Diego estaba ahí para mí. Iba a casa y hablaba con mamá para que me tratara mejor, me contaba chistes para mejorar mi ánimo. Jugábamos fútbol, íbamos a fiestas, hablábamos de chicas. Me ayudaba a calmar mi ira y era la primera vez que sentía que alguien me entendía. Por eso me dolió en el alma cuando hizo lo que hizo. Diego empezó a salir con una prima mía y al poco tiempo se hicieron enamorados. Mi prima tenía muchas ilusiones con él y yo estaba feliz que así sea. Pero un día Diego decidió que ya no le gustaba más mi prima pero sí la mejor amiga de ella. Rompió con mi prima y empezó a salir con la amiga. Mi prima quedó destrozada. Yo la veía sufrir y eso me dolía. Le reclamé a Diego por su actitud y él solo dijo que yo tenía que apoyarlo, que así como él me apoyaba con mis problemas, si yo era su amigo, tenía que apoyarlo. Obviamente no lo hice. Y no lo hice no porque yo creyera que debemos estar con una persona así no la queramos, sino porque en esta vida debemos tener códigos, debemos ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, cómo nuestro accionar puede destruir una amistad como la mía con la de él, como la de mi prima con su amiga. Esa es la historia de cómo se pierde un amigo, un hermano, pero sabes en quién puedes confiar y en quién no.” (Lima-Perú)
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