“A mí me jodía antes que la gente sea tan materialista, que comprarse el carro, departamento o ropa cara sean considerados logros de vida, como si de la paz mundial o encontrar la cura al cáncer se tratasen. Eso me molestaba porque mi madre era así, porque ella todo el día estaba trabajando y no pasaba tiempo en familia. Pero cuando crecí y vi que en verdad ella era realmente feliz cada que compraba LA cómoda, EL televisor, EL viaje, me pregunté: ¿por qué esto que ella siente tiene menos valor que una salida en familia al cine ? Le daba vueltas y vueltas a la pregunta y nunca encontré una respuesta objetiva. Lo que obtenía era un punto de vista, pero nunca una respuesta objetiva. De esa situación aprendí dos grandes lecciones de vida. La primera es que me ayudó a entender mejor el amor. Sí, a mí me molestaba que para mi madre aparentemente primero sea lo material que su familia. Pero yo no entendía en ese entonces que a través de las cosas ella trataba de demostrar su amor hacia nosotros. Una manera poco elegante, defectuosa –si quieres- de hacerlo, pero esa era la forma en la que ella sabía amar, tratando de dar lo más caro. La otra lección fue que la relación difícil que ella y yo teníamos al principio resumía gran parte de la historia del ser humano: dos personas con diferentes puntos de vista que sin razón objetiva alguna creen que la suya es la interpretación correcta de la vida, y a partir de ahí moverá cielo y tierra para convencerse y convencer al otro que la suya es la manera correcta de ver el mundo . Cuando comprendí todo eso, algo en mí se desató, la relación con mi madre mejoró.” (Lima-Perú)
