“Estábamos cocinando cuando el nene llegó queriendo arreglar el manubrio de la bici. Le dijimos que vuelva por la tarde, que era la hora en la que nos dedicábamos a eso. Cuando se va el nene, éste baja a la calle y lo único que oímos después fueron los frenos del camión queriendo parar en seco y los gritos de la gente como si les estuvieran arrancando el alma: ahí estaba, tendido en el piso, literalmente partido en dos y el chofer ahogándose en llanto no pudiendo creer lo que acababa de ocurrir. Lo normal, una sociedad sana, hubiera ido por una manta para tapar el cuerpecito de la criatura. Pero no, los de la ambulancia no querían que se haga nada hasta que llegue la policía. Estaban los amiguitos del barrio y la escuela del nene, los hermanos, la mamá, mirando, pidiendo a gritos un poco de dignidad para el niño muerto, una manta, pero nadie quería hacer nada. Finalmente mi compañero y yo sacamos una cortina y tapamos su cuerpecito. Siempre es así: cuando un negro pobre muere es como si no muriera, lo dejan ahí, tirado, esperando que alguien se acuerde de él para recién ponerle una manta al menos. Eso me llena de rabia, me indigna, porque me hace pensar en la sociedad de mierda en que vivimos, que ni siquiera un poco de compasión puede tener por un ser que se está yendo. Cuando recuerdo eso, la verdad, no sé qué es lo que nos hace humanos, especiales y diferentes a las demás especies, porque aun teniendo la capacidad de otorgarnos dignidad, no lo hacemos.” (Trujillo-Perú)
top of page
bottom of page
Comments