“Mi tía tenía una cocina vieja que no ocupaba y que yo utilizaba para jugar. Una tarde papá se acercó a mí mientras yo jugaba en la cocina y me preguntó si me podía acompañar. Se sentó en una silla en la que apenas cabía y con dos dedos sostuvo con mucho cuidado una tacita de plástico en la que yo había servido té. Toda la tarde de ese día la pasamos jugando. Fuimos felices. Esa fue una de las pocas veces que vi a mi papá en estado normal, porque cuando sufría sus cuadros de depresión, era otra persona. Papá era un hombre tranquilo y muy cariñoso. Cada que podía me llevaba al colegio y tenía una moto en la que a mis hermanos y a mí nos paseaba por la ciudad. Le gustaba aconsejarme sobre la vida y hablar de Dios. ‘Nunca dejes que alguien te borre la sonrisa’, ‘nunca dejes que un hombre te diga lo que debes hacer’, recuerdo que me decía. Pero el hombre que me borraba la sonrisa, que me llenaba de temor hasta el punto de hacerme llorar y encerrarme en mi habitación, era precisamente él. Irritabilidad, cansancio repentino, dificultad para dormir aun así esté agotado, pensamientos negativos, eran fantasmas que lo atacaban de la noche a la mañana. Cuando la depresión venía a él, podía pasarse días encerrado en su cuarto sin hacer nada. Otras veces se iba a la calle y todo el día andaba y andaba sin rumbo fijo, como fuera de sí. Verlo así, a mamá, mis hermanos y a mí nos destrozaba. Queríamos hacer algo para que mejorase, pero fuera de sus calmantes, no había más que hacer. Pese a ellos seguíamos a su lado porque lo amábamos, porque no era culpa suya estar así, nacer así. Aguantamos, claro que lo hicimos, soportamos mucho, hasta que un día no pudimos más. Un día mi hermano y yo jugábamos con el casco de la moto de papá, cuando de un momento a otro él llegó muy alterado, y gritando dijo: '¡¿Dónde está mi casco, dónde está mi casco, mierda?!, ahorita saco la correa, ¡¿dónde está mi casco?!', '¿Qué pasa, por qué gritas? ', respondió mi madre saliendo de la cocina hacia la sala. 'Yo soy la que cojí tu casco, aquí está', dije, y con correa en mano, papá se acercó a mí para pegarme, pero mamá se puso entre nosotros y él, muy molesto, solo gritó : 'Sal de ahí porque ahorita a ti también te pego'. 'A ver atrévete, quiero que te atrevas', la reto ella. Y esutvo a punto de golpearla de no ser por que mi madre tomó una escoba y se la rompió en la pierna de él. Los tres - mi mamá, mi hermano y yo- salimos corriendo de ahí y nos encerramos en mi cuarto. Mi tía, que era nuestra vecina, salió a conversar con él y calmarlo, le dio unas pastillas y ambos se fueron a la calle. Cuando papá volvió - cerca de la media noche -, nosotros aún estábamos en mi cuarto sin saber qué hacer. En eso él empezó a poner trabas a la puerta que daba a la calle para luego apagar las luces de la habitación donde nosotros estábamos, y prender las de otros ambientes de la casa. Se puso a lavar la vajilla que ya estaba lavada y encendió la radio a todo volumen. 'No sé qué nos quiere hacer tu padre', repetía mi madre, muy alterada. Mi hermano y yo no parábamos de llorar. Mamá tuvo que llamar por teléfono a mis dos hermanos mayores que vivían en la ciudad para que vinieran por nosotros. Y así fue. Ese mismo rato empacados nuestra ropa y salimos de casa con engaños. Han pasado ocho años desde eso, no hemos vuelto hasta ahora. Algunas veces extraño a mi padre, los fines de semanas voy a verlo. Trato de recordarlo no como la persona que te acabo de contar, sino como aquella que una tarde cualquiera se acercó a mí para jugar la cocinita y en la que fuimos inmensamente felices." (Lima-Perú)
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