“Mi padre era una persona cerrada. Era raro que me dijera ‘te quiero’ o ‘bien hecho’. No era que no sintiera nada por mí, solo que era alguien que no expresaba sus emociones. Yo era consciente de eso, y aunque entenderlo me llevó a hacer las paces con él, siempre estaba el deseo de escuchar un ‘te amo’ de sus labios. Inevitablemente, por azar o por instinto, durante muchos años terminé siendo como mi padre, hasta que llegó mi hijo. Al principio era raro, me refiero a abrazarlo y decirle ‘hijito te amo’. Verlo dormir, sonreír, dar sus primeros, era algo que me conmovía, pero mudo estaba para decirle todo el torrente de emociones que él en mí despertaba.
Ser adulto es madurar, y madurar es darse cuenta de las cosas buenas para la vida, como el hecho de que el ser humano necesita dar y recibir amor. Hay cierta magia en eso, en decir de corazón ‘te amo’. Cuando lo haces te sientes bien, eres mejor persona porque saber que a alguien le importas te puede cambiar la vida. Yo sabía lo que era pasar por esa ausencia de cariño, de detalles, de palabras bonitas, ¿cómo podía hacer lo mismo con mi hijo? Todo cambio conlleva una resistencia, pero si el cambio es para bien se persiste en él, hasta que se vuelve normal. Y es en eso en lo que trabajo siempre: en tener una bonita relación con mi hijo. Con mi hijo busco ser más cariñoso, decirle ‘mi amor’ y esas cosas bonitas que te alegran el alma. Le leo historias y salimos a jugar al parque. Algunas veces me es difícil, algunas no. Pero siempre trato de tener esos pequeños detalles que mi padre no tuvo conmigo. Al final, la paternidad es eso: una especie de revancha donde se pueden enmendar los errores del pasado.” (Lima-Perú)
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