“He notado que me muevo en los extremos: o estoy aquí o estoy allá, pero nunca en el medio. Estar en el medio por lo general me hace sentir incómodo porque me hace sentir común, y yo no quiero ser más del montón, quiero ser especial, pero eso me ha traído más de un dolor de cabeza.
En algún momento de mi vida apenas había cumplido los veintiséis años cuando ya pesaba noventa y seis kilos, estaba casado con alguien que amaba por las razones equivocadas y sentía que mi vida era una mierda. Yo era de los que creía que porque tenía la plata lo podía todo. ‘No hay nadie mejor que yo’, era lo que yo mismo me repetía de manera constante, y mientras más me cerraba a esa idea, más vacío me sentía. Porque ser mejor era comprarme carro, ropa de marca, ir a los restaurantes más caros, en fin, inventarme necesidades para gastarme todo el dinero posible con la idea de lucir diferente al resto. Y lo conseguí, me convertí en una máquina de consumir novedades. Así, me volví en todo lo que nunca quise, porque desde que tuve uso de razón lo mío no era ser ese tipo gordo, de lentes y camisa a cuadros, excesivamente analítico y que trataba siempre de controlarlo todo. No, eso no, lo que siempre quise fue fluir, fue el arte, para ser más exacto, la actuación. Recuerdo que de niño observaba una situación determinada y me dejaba llevar imaginando un final totalmente alternativo al que había visto. De adolescente seguía haciendo lo mismo, pero - quizá por la edad- con un poco de vergüenza. Fue la necesidad de encajar lo que me llevó a dejar mis aficiones de lado, pero me sentía incompleto, demediado; en ese momento era demasiado joven como para comprender lo que me hacía a mí mismo.
Te dije que me movía en los extremos, y así fue, cuando cansado de esa mentira, cambié mi estilo de vida. Quise recobrar la magia que de niño tenía, pero tampoco me gustó en lo que me convertía. Me divorcié, dejé mi trabajo, desalojé el departamento que ocupaba en una de las zonas más exclusivas de Perú, vendí carro, muebles, todo lo que tenía para vivir según mis deseos. Y así empezó el viaje, una vida en la que me entregué por completo a los sentidos, sin saber muy bien lo que eso significaba. Una noche, cuando andaba por Brasil, sin saber cómo, de un momento a otro me vi durmiendo en la calle y pasando drogas entre fronteras. No para venderlas, sino para consumirlas, pero ya había cruzado un límite y eso no me gustaba. De ahí a que apareciera en las primeras planas de los diarios, solo había un plazo. Fueron cinco meses en los que fui fluyendo, en los que estuve soltándolo todo, pero nunca a mí mismo, porque ahora que me movía en otro extremo, seguía siendo el mismo. Decidí volver a casa, empecé a trabajar con mi madre y ahora estoy aquí analizando todo lo vivido. Es así que pienso: ‘¿cómo cambiar el hecho de que siempre estoy en los extremos?, ¿en realidad puedo hacerlo, en realidad quiero hacerlo?, ¿puedo dejar de ser quien soy incluso si es que he sido así desde que tengo uso de razón? Quizá la respuesta sea que no, no puedo cambiar algo que está en mí, lo que sí puedo hacer es decidir cómo me siento respecto a eso, y a partir de ahí aprender a gestionar mis emociones para alejarme de los extremos, y tal vez eso me lleve a estar donde nunca quise estar: en el medio.” (Lima-Perú)
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