“Yo era de los que rezaba por que la tecnología no llegara a mi vida. No me gustaba que el ruido de los motores sea el que me despierte, quería el canto de los pajaritos, del gallo, el ruido de las gallinas corriendo por la tierra y dejando el polvo tras de ellas. Quería todo eso porque estaba cansado de la vida en ciudad, del ajetreo, del estrés, del tráfico y toda esa marcha contra reloj que trae consigo la civilización. Por eso, cuando mis suegros murieron y se dio la oportunidad de irnos con mi esposa a vivir a la casa de ellos en San Pedro, no lo pensé dos veces. Tenía lo que siempre había soñado: una vida retirada del desorden de la ciudad, poder ver crecer a las plantas en su estado natural. Cortar la leña con mis propias manos me daba un placer del que no tienes idea. Con esa leña iba a casa y cocinaba, y en las noches mi luz era una vela. Algunas noches de luna llena me iba a andar por el desierto y era feliz. Estaba en mi estado natural, en la cima de mi montaña, podía ser yo mismo –o en todo caso quien en ese momento era- y así el tiempo pasaba. Vivía muy relajado, me dormía tirado a las orillas del rio y el tiempo pasaba. Cuando eres joven solo dejas que el tiempo pase, no piensas en nada, pero de viejo las cosas ya no son las mismas, ves una gotera en el techo por donde entra el agua y tienes que repararla, se quiebra una pata de la meza y tienes que repararla. Mi familia empezó a crecer. Ya no éramos dos, sino tres, después cuatro. La cama empezaba a quedarnos pequeña. Lo que ganaba cortando alfalfa ya no alcanzaba. Iba a la ciudad a traer cosas para vender pero ni aún así daba. El humo de la leña, además de contaminar el medio ambiente, les hacía mal a mis hijos. La carne que comprábamos para comer se pudría porque no teníamos un refrigerador para congelarla. Escaseaban las medicinas para curarnos. Pasábamos frío. Y todo eso, aunque te parezca mentira, te hace abrir los ojos, te hace entender que aunque quieras o no el progreso es útil para tu vida y él siempre solo es cuestión de tiempo. Te hace comprender además que todo se mueve por plata, que aunque el dinero no compra la felicidad, todo se mueve por plata, y tiene que ser así porque así se mueve el mundo, porque así es el ser humano, porque son las reglas, porque mientras había personas como yo que estábamos pasando el rato otras dedican su esfuerzo y tiempo para crear todo esto que hoy vivimos, y ese sacrificio merece ser compensado.” (San Pedro de Atacama-Chile)
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