“Ahora que me pongo a pensar en eso, es fuerte, es decir: dos niños, viajando completamente solos por tierra más de tres mil kilómetros a lo largo de tres países, para ver a mamá, es fuerte, ¿qué tal si nos pasaba algo? Nuestra situación económica no era buena, mamá trabajaba vendiendo comida, lavando ropa, haciendo de todo para darnos cierta calidad de vida, pero aún así era difícil. Se dio entonces la oportunidad de que ella viajase a trabajar a Argentina y lo hizo, dejándonos cuando todavía éramos niños. Eso nos dolía, la extrañábamos, mi hermano y yo quedamos al cuidado de nuestras hermanas mayores y algunos primos pero no era lo mismo, nunca era lo mismo, había un vacío que no podíamos llenar. Recuerdo que cuando ella llamaba hablábamos horas de horas y hasta inventábamos temas de conversación solo para seguir al teléfono, para sentirnos más cerca. En esa situación pasamos dos años hasta que mamá decidió llevarnos a mi hermano y a mí. Mi hermana nos fue a despedir a la terminal de buses, yo llevaba en un sobre todos los documentos del viaje más unos cuántos dólares que nos servirían para comer durante el recorrido. El ayudante del chofer verificó que los papeles estuviesen en regla, me los devolvió y pronto el coche partió. Mi hermano y yo observábamos a mi hermana desde la ventana del bus haciendo ‘adioses’ con las manos mientras ella se hacía cada vez más y más pequeña, hasta que la perdimos de vista. Durante el primer día hicimos todo el sur peruano con algunas paradas para poder comer. Yo siempre andaba un poco preocupado porque el dinero que llevaba nos alcanzara y cuidando todo el tiempo a mí hermano. Los primeros días del viaje lloraba mucho porque sentía tristeza de dejar atrás a mi familia y temor de lo que iba a encontrar en Argentina. Eran instantes, yo iba a la ventana y mi hermano a mi lado, se me venía algo a la mente y lloraba, después me quedaba dormido, despertaba, y volvía a llorar, por ahí mi hermano me abrazaba para consolarme y de ahí se iba saltando de un lado a otro. Recuerdo que en un momento él se cayó y se raspó toda la espalda, el ayudante del chofer vino a ayudarnos, se había hecho nuestro amigo. El último trayecto de Chile hacia el paso a Mendoza, quedaba una señora con su hija que la estaba trayendo a Argentina. El ayudante se nos acercaba constantemente para preguntarnos si estábamos bien. La señora estaba atenta a nosotros todo el tiempo, preguntándose cómo era posible que dos niños viajaran solos, pero –no sé cómo- lo hicimos, pasamos los controles y todo, lo hicimos. Cuando llegamos a nuestro destino, lo hicimos de madrugada. El bus iba entrando a la terminal y yo asomé la cabeza por la ventana y vi a algunos primos y tíos. Mi vieja estaba con pelo largo y cerquillo, no la reconocí…mi vieja estaba llorando desde que entró el micro a la estación y yo no sabía quién era ella. Cuando estaba en el viaje, ya desde esa edad, me sentía como una especie de adulto por la responsabilidad de cuidar a mi hermano, tener los dólares encima, que me alcance, muchas responsabilidades con catorce años, viajando de un país a otro tres días. Ahora que me pongo a pensar es fuerte, creo que por todo lo que he pasado en Perú, como en el viaje y acá ha hecho que cada cosa que obtengo, tenga un doble valor.” (Buenos Aires-Argentina)
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