“‘Tú sabes que algunas veces Dios se olvida de sus hijos y hago esto porque yo no soy Dios, porque yo no puedo olvidarme de mis hijos’, decía uno de los tipos mientras hacía a mi mujer por la espalda y con un cuchillo amenazaba con cortarle el cuello si no le dábamos lo que teníamos. ‘Calmáte –le respondí-, Dios me puso en tu camino para que le des de comer a tu familia’; estábamos en medio de la nada, rodeados de piedras y silencio, con estos tres o cuatro sujetos –no recuerdo muy bien el número- que nos habían llevado hasta ahí para robarnos, ¿qué podíamos hacer, qué hubieras hecho tú? La mañana que ocurrió todo habíamos dejado Canoa temprano porque nos dijeron que en Pedernales había playas hermosas. Veníamos haciendo un viaje mochilero desde Argentina y estando ya en Ecuador quisimos visitar sus playas. Tomamos un bus desde Canoa y cuando llegamos a Pedernales, caminando ya por la playa, de la nada apareció un tipo empuñando un cuchillo enorme. Él suejto iba acompañado de otros más. Nos secuestraron, nos llevaron hasta un descampado alejado de la playa y el resto es historia. ‘Dios me puso a ti en tu camino para que le des de comer a tu familia -repetí-, calmáte, calmáte’, y no sé si fue por lo que le había dicho o por la serenidad en mi rostro, pero el tipo se calmó. ‘Ya está, ten – y me extendió un dólar-, lárgate’. Tomé a mi novia y salimos de ahí, ambos llorando porque nos habíamos salvado. Ahora, cada vez que les cuento a mis hijos esa historia, les digo cómo fue y también por qué para mí fue. Yo les digo: ‘Uno va a lugares donde cree que toda la gente es buena, pero no es así, o capaz que la gente no es mala, la gente capaz tiene un problema, una necesidad y lo expresa como puede, vos hablando con la gente tiene que tratar de solucionar tu problema, eso lo que te dan los viajes también, la posibilidad de ver las cosas de otra manera.’” (Gualeguaychú-Argentina)
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