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  • Foto del escritorPersonas de Latinoamérica

De vuelta a casa

"Yo también empecé a llorar, me abrazó fuerte y las dos lloramos. El pelo negro, las cejas pobladas, esa mirada profunda con la que parecía observarme desde algún otro lado y que en otros tiempos me había intimidado, no eran ya más un recuerdo, eran reales. Tantas veces nos había imaginado conversando en la terraza de un café acerca de los planes que tenía para mi vida, mientras ella escuchaba atentamente y sonreía con ternura adivinando tal vez que por más planes que yo haga el futuro es siempre un secreto y mañana bien podría enamorarme cambiando así mi destino. Pero bastaba abrir los ojos para deshacer ese sueño y volver a la soledad: ella no estaba. Su hermoso rostro no me besaría más porque el día que salí de Perú para trabajar y vivir en Estados Unidos me prometí a mí misma que no volvería, ya tenía mucha mierda encima tomando trabajos que no terminaban de gustar, que me resistí a aceptar que esa sería mi vida; hice las maletas y partí. Fueron dos años en los que cambió mi forma de ver el mundo. Al principio el brillo de la novedad me tenía deslumbrada, la realidad había superado mis expectativas. Vivía en el corazón de la capital del mundo y era testigo de cómo la historia se ponía en marcha. En Washington no solo se tomaban decisiones que impactarían en la vida de millones de personas en todo el mundo, sino que además la educación, salud, seguridad y todo eso que hace que una sociedad sea llamada como tal, eran servicios que realmente funcionaban; en ese país uno sentía que en verdad le importabas a sus gobernantes.

Pero cuando las luces se apagaban y las personas volvían a sus casas para estar en familia, yo me quedaba sola en la oscuridad de mi cuarto y con la mirada perdida, mientras pensaba que por más que quisiera e intentara adaptarme, estaba en un lugar que no era el mío, y -sobretodo- a nadie en ese lugar le interesaba lo que sentía. Porque por más modernas que pudieran resultar sus vidas, las personas en Washington no emanaban esa calidez con la que crecí y que forma parte de la identidad latinoamericana. Las personas en la gran ciudad eran distantes, frías, sus vidas transcurrían entre el trabajo y los bares a donde iban a buscar retazos de su alma al fondo de alguna botella. Los días que me sentía sola no podía consolarme en alguien porque incluso hasta el modo en que ellos sentían era distinto al mío. Durante muchas veces me repetí que debía quedarme, que tenía que sacrificar mi felicidad por un mejor futuro. Pero los recuerdos de mi madre caminando a mi lado por las tardes o los juegos que compartía con mi hermana, eran el espejo en el cual me miraba y reflejaba de lo que estaba hecha mi vida: el amor de mi familia. Así pasaron dos años, de trabajo en trabajo, viviendo el sueño americano pero fuera de mí y los míos. Cuando finalmente decidí volver a casa, no lo podía creer. La frente me sudaba, las manos me temblaban, cada paso que daba eran intentos por comprobar que la tierra no se abriría bajo mis pies, la angustia y la ansiedad me devoraban, me empujaban hasta la escalera eléctrica que daba a la sala de espera de vuelos internacionales, donde finalmente la vi: mi mamá, con un cartelito de 'Bienvenida', corriendo hacia mí para abrasarme y llorar juntas, segura que esta vez ya no faltaría a las tardes de terraza a donde íbamos a tomar café y hablar de la vida." (Cusco-Perú)


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