“Cuando era niño tenía miedo dormir solo, así que me iba al cuarto de mi abuela y me quedaba con ella. Si me dormía ella lo hacía conmigo, y si en medio de la noche me despertaba, ella estaba ahí para contarme alguna historia hasta que yo volviera a caer rendido. Mi abuela era el Superman que nunca tuve: me llevaba a pasear por varias ciudades y hacía las veces de mamá, pagaba la escuela y el transporte, me alimentaba, era mi confidente en cuestiones del amor y cubría mis travesuras cada vez que hacía una. Cuando salí de Venezuela no pensé que la extrañaría tanto, pero aquí me tienes, llorando como una Magdalena cada vez que hacemos videollamada. Gran parte de lo que hago lo hago por ella. Trabajo más de diez horas al día para poder mandarle algo de dinero y que pueda comprar sus pastillas para la tensión o comerse un helado. Lo hago por amor, ella no me pide que lo haga, pero lo hago por amor, porque me interesa que en medio de todas las desgracias que está viviendo mi país ella pueda disfrutar algo de la vida, y piense que yo estoy bien, aun cuando no sea así. Una vez dejé de enviarle dinero por dos meses porque no conseguía trabajo. Ella me dijo que no me preocupase porque se había administrado bien para soportar ese tipo de situaciones, pero un amigo me contó que la había visto más delgada y yo perdí la cabeza, muchas ideas estúpidas pasaron por mi cabeza en ese momento para conseguir plata. Recuerdo el día que me embarqué en el bus desde Venezuela en mi camino a Lima. Mi abuela hacía señas por detrás de la ventana y yo aún no era consciente lo mucho que me afectaría alejarme de ella. Recuerdo que en ese momento tocaba en el bus una canción de Leo Dan, ‘Cómo te extraño’: ‘Como te extraño, ¿mi amor, por qué será? Me falta todo en la vida si no estás. Cómo te extraño, ¿mi amor, qué debo hacer? Te extraño tanto que voy a enloquecer.’ Ahora cada que escucho esa canción, lloro. No sabes cuánto me gustaría verla, abrazarla, besarla, dormir con ella, qué no haría si estuviéramos juntos.” (Trujillo-Perú)
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