“Mis padres son evangélicos y siempre me obligaban ir a misa. En medio de todos los sermones e historias que me daban sobre Dios yo me preguntaba por qué tenía que creer en alguien que no veía. Me decían: ‘No, a Dios no hay que verlo, hay que sentirlo.’ Pero esa respuesta para mí era vacía. Si yo iba a creer en Dios tenía que ser porque pudiera comprobar su existencia, no de manera ciega como ellos. Entonces comencé a investigar. Comencé a leer libros de ciencia donde explicaban la existencia de Dios. Solo hallé indicios. Podía seguir hurgando, buscando respuestas a mis preguntas, pero eso cansa, psicologicamente te desgasta. Es una voz que repite en tu cabeza que puedes pasarte toda la vida buscando y quizá nunca encuentres nada. Todos hemos nacido para adorar algo o a alguien porque eso le da sentido a nuestras vidas. Algunos adoran cosas concretas para tocar, otros las religiones, otros el dinero, la vanidad. Entonces, si todos hemos nacido para adorar, por qué no adorar algo que te trae paz -aun así eso no sea más que una idea -, algo que te da felicidad, que te hace confiar en ti, que te dice que después de la muerte irás al reino de los cielos y no habrán más dudas; por qué no adorar a Dios.” (Lima-Perú)
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