Cuando éramos felices

“Recuerdo despertar temprano la mañana de un fin de semana, ir a la cama de mi papá y junto a mi hermano quedarnos acostados con él mirando la tele y comiendo. Después cocinábamos algo o íbamos a dar un paseo. No éramos precisamente una familia muy unida pero momentos como ese donde éramos todos tan felices me decían: ‘Sí, no es perfecto, pero al menos tenemos algo, porque al fin de cuentas podría ser peor’. Y sí, fue peor. Mi madre estuvo muy enferma y se aferró tanto a Dios que cuando se curó se volvió cristiana. Empezó a cambiar y apartarse de nosotros. Su tiempo lo dedicaba a la iglesia. Antes mi madre era una persona muy divertida y ahora con mucha dificultad y sonríe. Eso afectó la relación que tenía con mi padre. Las peleas se tornaron constantes y aquello que los había unido desapareció. Se divorciaron. Con mi hermana sucedió algo parecido. Se olvidó de ser niña. Empezó a tener tanta ansiedad de futuro que hoy en día anda haciendo mil cosas y no la vemos más. Mi hermano se enamoró y se fue a vivir con su pareja. Ya casi no habla con nosotros, se volvió un extraño. Y yo, que salí de casa a los dieciocho años y apenas podía juntarme con mi familia los fines de semana, ahora ando por esta parte del mundo sin previsión de volver. Mi vida cambió tanto, nos alejamos tanto de nuestros padres y ellos de nosotros, que solo queda un gran vacío.” (San Pedro de Atacama-Chile)