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Aura y Sebas, mis amigos viajeros

"¿Tú crees que los cuentos de hadas se hacen realidad? Te voy a contar una historia y serás tú mismo quien decida. A Sebastián lo conocí un día en el que miraba al cielo. Todas las tardes me sentaba en la terraza del hostel donde trabajaba para ver el sol ponerse y disfrutar del silencio. En ese momento, Sebastián aparecía de la nada y cauteloso se sentaba al lado mío sin decir palabra. Solo cuando el sol se había ido dejando tras de sí una explosión de colores, Sebastián me miraba y decía: '¿Cuántas colores tienen tu mirada?', y yo sonreía. Sonreía pero no le creía, porque lo mismo que los adolescentes, aún en sus palabras bonitas y estilo de vida, los viajeros tienen fama de decir cosas vacías. Pero por más vacío que pueda sonar algo, eso no quita que sea dicho con honestidad, y en un mundo donde todos se enfuerzan por ser absurdamente diferentes, es mejor fluir siendo sincero. Y precisamente eso fue lo que encontré en Sebastián: sinceridad. Durante los días que compartí y conversé con él mientras mirábamos al cielo, me contó que había salido de casa a los diecinueve años con la intención de llegar a Cusco en bicicleta para trabajar con unos amigos. Lo que debía ser un viaje de tres meses se convirtió en uno de años porque el bicho de la aventura le picó y ahora tenía sed de mundo. Poseído por esa nueva idea recorrió en bicicleta más de siete mil kilómetros atravesando Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, hasta llegar -por consejo de un desconocido- al pueblito donde nos conocimos. Todo esto me lo dijo a orillas del mar en el parque Tayrona, donde acampamos unos días. Me gustó ese don de fluir que tenía, sin intentar ser alguien más, totalmente distinto a la mayoría de hombres que siempre están tratando de demostrar su valía. A Sebastián eso no le interesaba, él decía que solo quería ser imperfectamente feliz y nada más. Los días que pasamos en el Tayrona fueron decisivos para que yo le propusiera prolongar esa aventura sin asfixiarnos. Así que nos separamos con la promesa de reencontranos en Minca para ir hasta Medellín haciendo dedo, pero el día en que debíamos partir, yo me quedé esperando sin tener noticias suyas. Sebastián nunca llegó.

Pensé muchas cosas, hasta me indigné conmigo misma: '¿Cómo había ido a caer en sus mentiras?, ¿puede alguien fingir tan bien hasta lograr que bajes tus defensas?, ¿o tal vez yo había echo algo mal para que él cambiara de opinión?, ¿o quizá tuvo un accidente y yo estoy maldiciéndolo?', eran algunas de las preguntas que me agobiaban camino a Medellín. Finalmente hice lo mejor que se puede hacer para soportar las desilusiones de la vida: resignarme. Aunque en el fondo deseaba volverme a cruzar con Sebastián, decidí aceptar que él tenía otros planes y que era mejor recordar la fugacidad de nuestro encuentro como algo mágico antes que cambiar el sentimiento por el insoportable peso de la realidad. Ya en casa, volví a mi vida habitual: almuerzos en familia, reuniones con amigos, paseos por la ciudad sin más que hacer que tratar de poblar la mente con nuevos recuerdos. Así, todo iba tomando un flujo insípidamente normal, hasta que Sebastián me escribió diciendo que acababa de llegar a la ciudad.

Esto fue lo que pasó. La noche anterior a nuestra partida, Sebastián me visitó en el hostel y, sin saber porqué, me sintió distante. Tal vez porque no lo besé como esperaba, quizá porque no tuve la respuesta que quería, él, en su mente, me sintió lejana. Pensó entonces que yo le quería sacar cuerpo, que ya no quería ir más a su lado. Por esa costumbre que tenemos las personas de asumir cosas sin preguntar, de tomar por cierto algo que solo habita en nuestra mente, Sebastián se despidió de mí esa noche convencido que yo no quería saber más de él. Lo que en un momento era solo un fantasma rondando su cabeza, ahora era una realidad que lo deprimía. Desmotivado por la nueva situación en la que se encontraba, buscó refugio en casa de un amigo pensando en el rumbo que le daría a su vida. Desde hace algunos meses el viajar le había cansado y nuestro encuentro era la promesa de nuevas aventuras. Pero mientras lo hacía, mientras luchaba para volverse a inventar una vida, una sola imagen se repetía frente a sus ojos: él y yo conversando a orillas del mar sin nada resuelto en la vida, pero con la certeza de que algo se nos ocurriría. Solo entonces no tuvo dudas: decidió que era mejor ver qué pasaba a mi lado antes que vivir prisionero del arrepentimiento; al final el amor nunca es para cobardes. Al día siguiente dejó la casa del amigo y fue a buscarme, pero yo ya me había ido. Preguntó por el camino que tomé y se fue siguiéndome tres días por más de ochocientos kilómetros en carretera. Cuando me escribió para decirme que había llegado a Medellín, yo estaba en casa. No supe qué responderle, aunque me daba alegría tener noticias suyas aún me sentía herida. Finalmente nos encontramos, conversamos, nos molestamos, nos reímos por lo tonto que habíamos sido. Lo invité a quedarse conmigo tres días, estadía que se prolongó casi por un mes. Decidió acompañarme en un sueño mío: viajar a dedo por toda Sudamérica. Y cuando llegamos a Argentina a visitar a su madre que no veía desde hace cinco años, nos casamos. ¿Crees que los cuentos de hadas se hacen realidad? Algunas veces los cuentos de hadas se hacen realidad." (Buenos Aires-Argentina)


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