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Foto del escritorPersonas de Latinoamérica

Amores que besan y se van

“En este mundo lleno de odio, nuestro acto de rebeldía fue querernos. Él estaba sentado en una plaza cerca del centro de Cusco. Apoyaba la espalda contra el tronco de un árbol y sus pies descalzos se hundían en el pasto brillante. Entre el tumulto de gente que iba y venía, él parecía un extraño. Me gustó de inmediato. Me acerqué a él y conversamos. Me contó que viajaba por América Latina en bicicleta. Su vida en Chile no le cabía así que salió a buscar el mundo. Yo había hecho más o menos lo mismo cuando salí de España, así que perfectamente lo entendí. Lo invité a una fiesta. Compartimos unos tragos y esa noche dormimos juntos. Cuando se supone que cada uno debía seguir su camino –yo a Urubamba donde trabajaba como profesora-, el destino, el azar o como quieras llamarlo, hizo lo suyo. Un amigo mío muy cercano murió. Yo quedé destrozada. Era uno de los pocos a los que podía llamar amigo. Le conté a Vicente lo que sucedía. Él decidió entonces postergar su viaje para ir a cuidarme a Urubamba. Cambió sus planes –en cierta forma, su sueño- por mí. Demás está decir que los dos meses que vivimos juntos se volvieron inolvidables. Nos comunicábamos con las miradas, las sonrisas, tendidos bajo los árboles fingíamos estar cansados solo para estar horas de horas echados uno al lado del otro. En esos días él era un refugio de comprensión y afecto para mí y yo lo era para él. Pero durante ese momento nunca se me ocurrió que todo esto –en cierta forma- llegaría más lejos. Nunca supe en qué momento la comprensión se convirtió en algo parecido a la ansiedad, manifiesta en el latir de nuestros corazones que se aceleraban por la urgencia de vernos. Una noche cualquiera, cuando él ya se había ido, desperté emocionada porque creí verlo mirándome en la oscuridad a los pies de la cama. No había nadie. Tenía que aceptar que él ya se había ido. Después de todo, igual nos seguimos comunicando, preguntándonos si aún nos late el pecho. Y nos dimos cuenta que en cierta forma estábamos idealizando las cosas. Y acordamos, por el bien de ambos, no vivir de la memoria, porque en ella todo siempre es diferente, pero la vida, la vida real, es distinta.” (Cusco-Perú)


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