“Desde niño me gustó la aviación. Tenía aviones de juguete con los que jugaba a la guerra. Veía la película Pearl Harbor y me quedaba con la nariz pegada a la pantalla alucinando cómo sería ser como esos pilotos que bajaban de sus naves como dioses del aire. Cuando terminé la secundaria decidí postular a la FACH (Fuerza Área Chilena). Como mis padres no contaban con dinero para apoyarme, me puse a trabajar. Durante un año trabajé en una panadería y con la plata pagué los exámenes que debía rendir para ingresar a la escuela. Durante ese año estudié también muy duro para rendir la prueba de actitud académica. Los números no eran mucho lo mío así que le puse real empeño. Cuando llegó el mes de postulación y me tocó ir a la FACH, me sentí raro. Aunque todos íbamos en terno y muy bien presentados, la gran mayoría de muchachos que estaban ahí eran diferentes a mí. Casi todos eran rubios, altos, de rasgos afilados, de piel y ojos claros, de apellidos europeos. Todos éramos chilenos pero ellos parecían extranjeros. Siempre andaban en grupos. En un principio me intimidé. Recordé cuando me decían que en la FACH eran muy discriminadores, que era un círculo muy cerrado. Yo no era precisamente el modelo de la foto que verías en el prospecto de admisión, pero ahí estaba. Además había rendido bien todas las pruebas así que iba por buen camino. O eso era lo que yo creía. Cuando te postulas a la FACH el comité de admisión investiga tu vida y la de tus familiares para ver qué clase de persona se está uniendo al cuerpo. Ese filtro muchas veces no es más que una excusa para sacar de carrera a algunos y favorecer a otros. Para dar ventaja a familiares de oficiales, por ejemplo. Sucedió que cuando investigaron mi vida no encontraron nada. Siempre he sido una persona tranquila y nunca me he metido en problemas. Pero cuando investigaron a mis familiares, se me vino la noche. Una tía mía estuvo presa por girar cheques sin fondos. Mi abuelo, que era carabinero, estuvo procesado por homicidio durante sus funciones. Como cereza del pastel, mi abuela tenía una cantina, y todo eso, todo, fue visto por el Comité. Cuando fui a ver los resultados finales, obviamente, no había ingresado. Me colocaron unos casilleros por debajo de la última persona que alcanzó vacante. Me deprimí. Luego la vida continuó y me empleé como chofer de camiones hasta el día de hoy. Querías que te contase sobre algún sueño roto. Ahí tienes, ese es mi sueño roto.” (María Elena-Chile)
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