“Nos menospreciaba, nos basureaba, nos decía: ‘Ustedes no son nada’. Nos miraba por encima del hombro y se reía. A las mujeres les decía: ‘¿Para qué estudian si cuando terminen van a ser madres?’. A los hombres que seríamos estibadores o moto taxistas. Nosotros éramos de un pueblo muy pequeño de Puno, y él era un profesor criado y educado en la capital. Evidentemente lo que decía me molestaba. Me hacía sentir pequeño, menos que nada. Con casi quince años, sentado desde mi pupitre, lo miraba pasearse por el aula como si fuera un pequeño Dios engreído, muy seguro de sí mismo, y para mis adentros me repetía: ‘No te voy a dar la razón’. Hasta antes de conocerlo mi plan era terminar el colegio y poner mi pollería. Había trabajado durante mucho tiempo en una así que sabía cómo se movía el negocio. Pero después de él todo cambió. Sus palabras de desprecio hicieron saltar algo en mí y me prometí que no terminaría siendo como los demás creían que yo sería. Cuando acabé el colegio me mudé a Arequipa donde empecé a prepararme para ingresar a la universidad. Ingresé a Ingeniería de Sistemas pero no asistí porque mi madre enfermó de cáncer y tuve que ir a verla a Tacna. Esa fue mi primera derrota. Trabajé un año como electricista para financiarme y apoyarla. Aunque era reconocido en lo que hacía, las palabras de él siempre volvían, martillandome la cabeza y haciéndome mal. Sentía que estaba desperdiciando mi inteligencia y eso me daba rabia. Cuando se dio la oportunidad de volver a estudiar, ocurrió un problema: por confiado no ingresé. Yo me había confiado, conformado, como cuando era estudiante escolar antes de conocerlo a él, y por eso no ingresé. Me odié. Me encerré en mi cuarto y no salí en días. Pero en la vida podemos tener todas las oportunidades que queramos. Volví a postular, esta vez con todo, y cuando vi mi nombre en la relación de ingresantes quedé impactado: ese era el primer paso para demostrarle que se equivocaba. Hoy estoy en el tercer año de la carrera. Amigos del pueblo me dicen que él sigue en la escuela. Me he prometido volver solo cuando me haya graduado y, con el título bajo el brazo, decirle: 'Mira te equivocaste'." (Tacna-Perú)
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