“Muchas veces pensé en suicidarme. Me lastimaba a mí misma cortándome los brazos. Todo el tiempo paraba cansada. Los domingos no quería siquiera salir de la cama. Tenía sentimientos negativos muy fuertes que apretaban mi pecho. Todo este malestar no venía solamente de mi incapacidad para encajar en la sociedad –en la secundaria fui la chica rara de la clase, la hippie-, sino de mi percepción de lo mal que estaba el mundo. ‘¿Cómo puedo tener hijos o llevar una vida en este mundo si todos son crueles, envidiosos, atentan contra ellos mismos, el medio ambiente, cómo?’, era la pregunta que siempre me hacía. A los dieciséis años terminé por aceptar mi bisexualidad y quise compartir la noticia con mis amigos. Cuando lo hice lo que obtuve a cambio fueron voces de rechazo. Todos en el colegio me señalaban, me miraban con lástima, como si estuviera enferma. Creo que ese fue el punto de quiebre. Recuerdo que una mañana desperté y dije: ‘A la mierda’. Podía quedarme en la cama todo el día teniendo lástima de mí misma o podía salir, hacer cosas, aprender cosas, hacer la diferencia, ver el mundo. Así que dije: ‘A la mierda, escojo la vida’. Así fue como empezó a cambiar mi actitud, a tener nuevas experiencias, a hacer nuevos amigos. Así fue como empecé a salir del hoyo al que yo misma me había metido. Sí, yo misma, porque yo era la del problema, porque no había ningún desbalance químico en mí o trauma que me haya llevado a la depresión. El mundo era cruel, sí, pero era yo quien decidía de qué manera me afectaba eso. ‘Llorar sobre la leche derramada o hacer algo al respecto’, era eso de lo que se trataba. Hoy en día caigo en cuenta que todo aquello que me había llevado a la depresión eran historias que me había inventado. Porque la vida era siempre eso: no lo que viviste, no lo que sentiste, sino una historia, un recuerdo que nos contamos a nosotros mismo y en función de él vamos creando nuestro tu mundo. Yo decidí recordar los buenos momentos.” (Cuzco-Perú)
top of page
bottom of page
Comments