“Yo me sentía bien en Cerdeña, tenía amigos, enamorada, un empleo, tenía todo estructurado en la vida, todo ordenado, arreglado, pero sentía que ese todo era nada, porque todo estaba quedando muy serio, no había espacio para la acción, quería algo más, tenía mucha energía, quería aprender nuevos idiomas, conocer más personas, visitar lugares distintos, abrirme al mundo, así que hablé con mi pareja y mis padres, les dije que me iría por un tiempo, compré un boleto de avión sin retorno y partí. Mi destino era Argentina, había leído mucho sobre la cultura de ese país durante la universidad que quería mucho conocerlo. Cuando llegué ahí primero todo fue una locura, fiestas, diversión, tú sabes: la magia de la novedad hacia su trabajo, hacía las cosas sin pensar, porque lo que interesaba era vivir el momento y nada más. Tenía momentos de nostalgia por mi familia, pero en líneas generales no extrañaba para nada mi vida en Italia. Y así, haciendo de mi vida una fiesta, fui llegando hasta La Patagonia, y una vez ahí, me dije: ‘¿por qué no ir a Chile?’. Entonces fui a Chile, después a Uruguay, Paraguay, toda América del Sur era el límite, porque si algo era lo que me sobraba era tiempo y ganas. Pero ya vez, la vida es así, tiene esas cosas que te hablan muy desde el fondo y que te dicen que no te puedes engañar, quiero decir, estaba haciendo lo que quería pero no lo que necesitaba y lo sabía. En cada lugar que visitaba nunca me quedé más de 3 o 4 meses, porque después sabía que siempre había algo más y con certeza esto era algo más, y con esto me estoy refiriendo a algo más importante, algo que dejara de ser tan frívolo, que signifique más, que tenga real impacto en la sociedad.
Una vez más, las inquietudes e insatisfacciones que me llevaron a salir de Italia, volvieron: ¿para qué estoy haciendo todo esto?, ¿por qué estoy aquí?
Una idea con la que salí de casa fue la de querer hacer algo que cambiara en algo la sociedad en la que vivimos. Al inicio del viaje no lo hice porque lo que quería era vivir la aventura y nada más. Mas, cuando todas las dudas volvieron, yo estaba en Paraguay, y me dije que debía dejar de huir, me dije que era momento de intentar aquello que me venía rondando la cabeza. Contacté con un amigo de Estados Unidos que yo sabía que había trabajado en la favela Rochina durante algunos años. Me dijo que me podía pasar el contacto de la escuela donde él daba aula, y así me comuniqué con ellos.
Niños cargando armas, mujeres que son madres antes de tiempo, familias repletas viviendo en la más profunda pobreza, hacinadas, cuando llegué a Rio de Janeiro me encontré con esta cultura muy fuerte, tan potente, que quedé impactado. Entendí entonces que podía hacer algo para ayudar, que no precisaba conocer todo el mundo para estar bien porque algo en mí estaba creciendo y se fortalecía. ‘Tengo algo tan interesante aquí –me dije-, es mejor enfocarse en algo específico, entender muy bien eso; me quedo aquí’. Y ya llevo tres años viviendo en este lugar.
Si yo no entraba en Rochina e iba a otros lugares de Rio, iba hacer lo mismo de siempre: quedarme unos cuantos meses y seguir. Mas aquí conocí una razón más importante de simplemente ir y conocer otro lugares, y creo que eso comenzó como un ciclo de cosas muy lindas en mí que he proyectado con los chicos de aquí, porque cuando te das cuenta de eso, cuando vienen las familias aquí para agradecerte por lo que has hecho por ellos, eso te llena mucho más que simplemente ir a conocer otras partes del mundo, porque son cosas reales, que no puedes comprar”. (Rio de Janeiro – Brasil)
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