“Vi el cuchillo sobre el tablero del auto, él no dejaba de observarme y yo no dejaba de ver el cuchillo sobre el tablero del auto. Cuando me recogió, yo llevaba poco más de veinte minutos parada en medio de la nada. Cinco kilómetros atrás una señora y su hija me llevaron hasta el lugar donde ahora estaba porque se suponía que desde ahí me resultaría más fácil hacer dedo. Lo siguiente que recuerdo era el rostro anguloso del tipo asomándose por la ventana y diciendo ‘Te llevo’. Cuando viajas a dedo siempre debes escuchar tu sensación, también cuando para alguien, si hay algo que te dice ‘No’, debes obedecer mucho ese instinto, pero cuando lo vi a él –que tenía los ojos rojos, muy rojos- y a su auto – que era viejo, muy viejo, de esos que abres y dices ‘Ahora se me queda en la mano la puerta’, y sucio, con muchas cosas desordenadas por dentro y lleno de polvo-, tuve un mal presentimiento, pero…¡por Dios, no sabía qué tenía en la cabeza!, como estaba en medio de la nada, lo tomé. Estaba yo ahí, sentada en el asiento del copiloto, observando el cuchillo sobre el tablero del auto mientras que el auto se deslizaba por la carretera y él no dejaba de preguntarme que con cuánto dinero había empezado el viaje, que qué era lo que mi familia pensaba sobre mi decisión. Yo trataba de cambiar el tema pero él insistía. Tenía que llevarme veinte kilómetros pero yo sentía que eran millas. Aunque estaba un poco asustada nunca dejé que el miedo me paralizara, al contrario, siempre me mantuve atenta y con la mochila en la mano por si había que escapar. Finalmente el auto se detuvo. ‘Caminas cinco kilómetros más y encontrarás la estancia’, me dijo, luego de haberme bajado en un descampado. En otras circunstancias le habría pedido que me acerque más al lugar, pero esta vez no, esta vez estaba agradecida estar fuera del auto” (Julia-Génova)
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